Ya dije en la
entrada anterior que estuve el pasado viernes 11 de mayo en el Festival de Música y Danza Ciudad de Úbeda. Se trató de un monográfico Falla con la Orquesta de Córdoba, recipiendaria esta última de una de las dos Medallas de Oro que se otorgan en esta vigésimo cuarta edición. El galardón fue entregado tras el intermedio con la presencia del alcalde de la ciudad, ese mismo que ha dejado escapar con su desidia al Festival de Música de Cine; comprenderán ustedes que con tales circunstancias, y siendo un servidor gran amante de las bandas sonoras, me resbalen las palabras de este señor.
Comenzó la velada con el
Concierto para clave del gaditano. El joven Diego Ares hizo, a mi entender, un magnífico trabajo en la parte solista, pero la pequeña plantilla de la orquesta cordobesa mostró evidentes desigualdades. La dirección de José Manuel Palau, no muy seca ni incisiva, tuvo buenos detalles en lo que a sensualidad se refiere, cosa que ocurrió también en el
Retablo de Maese Pedro que vino a continuación, donde se lucieron las buenas voces de Fernando Cobo y Damián del Castillo, tenor y barítono respectivamente, por encima de una Laura Sabatel a la que solo se la oía cuando cantaba a capella. Lo grande vino por parte de la soberbia aportación de Jaume Policarpo y su equipo de Bambalina Teatre representando en marionetas, tal y como Falla quiso, el célebre pasaje cervantino: difícil hacerlo con mayor gusto y sensibilidad. La orquesta cumplió, pero se vio un tanto perjudicada por la acústica de la iglesia del Hospital de Santiago.
En la segunda parte llegó el reclamo de la noche: Estrella Morente. La cantaora vino en plan diva, incluyendo un innecesario cambio de vestuario tras la selección de
Canciones Populares. Su recreación musical, dejando la deslumbrante belleza física de esta joven al margen, me pareció sosísima, sin empuje ni garra, amén de insincera. Más me gustó en
El amor brujo, que se ofreció en su versión de 1915 (la gitanería, por tanto, y no el ballet) con los monólogos muy recortados. La encontré ahí más cómoda –pese a un momentáneo desencuentro con la batuta- y más en estilo, siempre en una línea elegante y sin falsos desgarros. Eso sí, no pude quitarme de la mente lo que le escuché en directo en Jerez hace años a una señora con mucha más voz, mucha más personalidad y mucho más talento. Procedente de Chipiona, para concretar. Y no hay punto de comparación.
Rocío Jurado, que así se llamaba la artista, cantó además la obra sin micrófono. La granadina solo prescindió de la amplificación en la primera de las propinas, una cosita “de las suyas”: no pueden imaginar el espectacular cambio a mejor escuchando su voz natural. Repitió luego la “Nana”, esta vez ya con micro, y quedó confirmado el enorme desacierto que fue contar con la electrónica. La batuta, por su parte, realizó una irregular labor, alternando momentos muy buenos con otros poco interesantes, quizá por la dificultad de luchar contra las limitaciones de algunos de los solistas de la orquesta. Otros lo hicieron muy bien, siendo este el caso de la estupenda concertino.
Se aplaudió muchísimo, incluso con entusiasmo desbordado. Y alucinantes algunos de los comentarios que se escucharon a la salida, como el de aquella señora que decía que la segunda parte le había gustado mucho más que la primera, “con la pianola esa” (sic). Claro está que a quien gran parte del público venía buscando esa noche no era a Don Manuel.
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