miércoles, 16 de mayo de 2012

Brüggen y Staier, con instrumentos modernos (y gratis)

Con motivo de la visita de Frans Brüggen a tierras españolas –espero verle en Úbeda este viernes-, traigo aquí un concierto del veterano maestro al frente de una espléndida orquesta de instrumentos modernos, la Filarmónica de Cámara de la Radio de Holanda, que se celebró el 16 de marzo de este mismo año en Utrech y que ustedes pueden ver, haciendo click aquí abajo, de manera gratuita a través de YouTube, aunque mi consejo es que descarguen el archivo para poder disfrutarlo en su equipo de toda la vida, porque la calidad audiovisual es espléndida. Nótese que el vídeo lo ha subido la propia emisora: ¡buenísimo modo de hacerse propaganda, y felicísima manera de ofrecer música en estos tiempos de crisis!

La velada se abrió con la breve e infrecuente Sarabande de Debussy en orquestación de Ravel; muy buena la interpretación, aunque quizá se pueda conseguir una mayor dosis de sensualidad. Vino a continuación el Concierto para piano nº 17 de Mozart, francamente bien dirigido por el maestro holandés, pues independientemente de la articulación moderadamente historicista y del uso de baquetas duras, Brüggen supo ofrecer un admirable equilibrio entre elegancia y densidad dramática sin descuidar los aspectos humorísticos de la página; un Mozart, para entenderlos, que conceptualmente sigue la mejor tradición y que en absoluto pretende convertir al pobre Wolfgang Amadeus en un escritor de músicas triviales.

El que sí vaciló en este sentido fue Andreas Staier, quien usando un piano moderno situado no detrás del director sino enfrente, en medio de la cuerda, y tejiendo el continuo en la introducción orquestal, se lanzó a ofrecer ese Mozart coqueto, alado y un punto cursi que a tantos gusta y a un servidor horroriza. Por suerte solo en el primer movimiento, porque en el segundo salió por fin el gran Staier, el enorme Staier, para meter el dedo en la llaga y poner de relieve los claroscuros sonoros y expresivos que se encuentran agazapados en toda gran obra mozartiana; todo ello, por cierto, sin renunciar a la agilidad en el fraseo propia de la tradición historicista ni a unos trinos de marcado sabor rococó. En la escritura “a lo Papageno” del movimiento conclusivo el pianista se desenvolvió bastante bien, sobresaliendo unos muy traviesos diálogos con las maderas.

Cuarta sinfonía de Beethoven en la segunda parte. ¿Interpretación historicista? Bueno, sí, hasta cierto punto, al menos en los aspectos formales: el vibrato, los ataques y todo eso. Porque en el fondo fue una lectura tradicional. Maravillosamente tradicional. Y muy superior, por cierto, a la grabación oficial de Brüggen de 1990 para Philips, ya que el nerviosismo, la tendencia al decibelio y la agresividad excesiva de la interpretación de antaño se vieron el pasado mes de marzo reemplazados por la calidez, la elegancia bien entendida y el humanismo, sin que faltasen el vigor, la garra y sentido dramático propios de la música beethoveniana. Personalmente echo en falta un punto más de electricidad, de tensión sonora y de incisividad, pero los resultados globales son notables, y más aún que eso en ese adagio que es, nunca mejor dicho, corazón de la genial partitura: acongojantes los latidos de la cuerda grave y de excelsa musicalidad los solos de la clarinetista.

Si tienen la oportunidad, por cierto, no dejen de comparar este adagio con el muy disparatado que ofrece Chailly en su reciente integral. Ya verán la diferencia entre una batuta que tiene inmenso talento pero que en los últimos años se está convirtiendo en un vendedor de humo, y un artista honesto –con instrumentos de época o sin ellos- que se dedica a hacer música del modo más sincero posible al servicio del compositor.

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