domingo, 25 de mayo de 2025

Undine de Lortzig en la Ópera de Leipzig: pura tradición

Viernes por la mañana en Dresde (¡maravillosos museos!), tarde de ópera en Leipzig y sábado consagrado el festival Shostakovich de esta última localidad. No he aprovechado mal la feria de Jerez: una suerte tener ese vuelo directo. Intentaré contar algo por partes.

El jueves por la tarde Andris Nelsons hacía la segunda de las tres funciones de la Leningrado de Shostakovich con la Sinfónica de Boston y la Gewandhaus tocando juntas (pueden ver el vídeo de ese día gratuitamente aquí), pero yo me reservé para la tercera y así acudir al edificio de enfrente, no otro que la Ópera de Leipzig, para escuchar Undine de Albert Lortzing (1801-51), autor que no en balde estrenó varias obras ahí. De esta en concreto yo solo conocía una versión abreviada para niños. Escuchada completa, debo confesar que me ha interesado poco: algún aria y coro afortunados no compensan las tres horas. No hay que extrañarse de que circulen tan pocas grabaciones por ahí.

Si no me morí de aburrimiento es porque, ya desde el primer minuto de la interpretación, quedaba claro que desde el foso salía un sonido maravilloso y singular. Sí, el de la Gewandhaus. ¿Y cómo es eso posible, si se supone que la orquesta estaba con Nelsons? Fácil: como podemos comprobar hojeando el programa de mano de la siguiente temporada, la plantilla es enorme y permite un desdoble sin problemas, además de atender las funciones semanales en la Thomaskirche para honrar a Johann Sebastian.

Sonido singular, decía. El año pasado no lo aprecié bien, porque cuando estuve allí escuché la Lady Macbeth de Shostakovich, que demandaba una tímbrica que no tiene nada que ver con el del romanticismo alemán. Y este es justamente su repertorio. Morbidez, empaste carnoso, sensualidad, ligereza bien entendida, moderación de la tímbrica... Me dio un poco igual que la batuta de la coreana Yura Yang fuera más lírica que dramática y se quedara corta en contrastes, porque lo que allí se escuchaba era pura tradición sajona. El coro de la casa era también de enorme calidad: no hace falta insistir en que, como repiten los expertos y no quieren ver algunos aficionados, lo que marca la calidad de un centro lírico es la categoría de sus cuerpos estables. Estos son de primera.

Nivel digno sin más en los cantantes, que formaban el "segundo reparto". Sarah Traubel hizo una Undine solvente sin más. Menos afortunada estuvo Mirjam Neururer encarnando a su rival amorosa. Francamente bien el tenor Matthias Stier, aunque un gallo al final de su aria deslució la actuación. Jonathan Michie encarnó muy bien al príncipe de las aguas, padre de la criatura que da nombre a la ópera. A destacar igualmente el tenor cómico Dan Karlström.

Correcta y sensata la producción escénica de Tilmann Köhler, sin regietheater ni nada de eso, pero también sin hacer nada que salvara un libreto sin interés. Una gran escalera giratoria y una cuidada iluminación, poco más. Los diálogos estuvieron muy bien resueltos, no así el movimiento de los cantantes. Solo funcionó realmente la secuencia final en la que se destruye el castillo y aparece el palacio acuático.

Aplausos corteses entre el respetable: el asunto no da para más. ¿Me arrepiento de haber ido? Creo que no, aunque tampoco puedo decir que saliera precisamente entusiasmado. Me fui a la cama enseguida.

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