Concierto del año 2023 de la Filarmónica de Israel bajo la dirección de su titular Lahav Shani, visto a través del canal Mezzo. Comienza con una obra, no sé si de estreno, del compositor israelí de origen ucraniano Boris Pigovat: ...Therefore choose life... Lenguaje muy accesible –por momentos parece música escrita para alguna película actual–, abundante percusión feérica –lo que alguna gente llama "música de campanitas"– y buenos hallazgos de emotividad. Se escucha con mucho placer. Aquí la tienen ustedes en el canal de YouTube de la orquesta.
Seguidamente, una de las grandísimas obras maestras de Rachmaninov: Rapsodia sobre un tema de Paganini. Como solista, el sevillano Juan Pérez Floristán. A quienes le hemos visto crecer en el escenario del Maestranza se nos cae la baba irremediablemente, pero aquí estamos hablando de un concierto internacional, así que hay que tomar distancias para ser justos. La referencia no puede ser local: hay que calibrar poniendo al artista andaluz frente a los grandísimos que han abordado esta obra, que son los que intenté recoger en esta discografía comparada. Pues bien, el hijo de Juan Luis Pérez sale muy bien parado. Le falta para llegar a la excelencia un toque más variado, mayor riqueza de acentos y un punto adicional de intensidad, pero se mueve por encima de la media gracias a una virtud que muchos –la mayoría, me temo– no tienen: un fraseo natural, lógico y por completo apartado de lo mecánico. En lugar de dedicarse a correr y de montar el numerito de cara a la galería, lo que en no pocas ocasiones supone desplegar fuegos artificiales que destrozan la música con una mezcla de nerviosismo, machaconería y carácter mecánico, Pérez Floristán toca con sensibilidad, otorga sentido a las notas y canta de verdad las melodías, mientras que cuando le corresponde mostrarse tempestuoso lo hace sin dejarse llevar por el temperamento.
A su lado, Lahav Shani ofrece una dirección de enfoque menos lírico y más aristado, por momentos muy combativo, pero no se produce un choque de trenes: las visiones son complementarias y el asunto funciona bastante bien. Su dirección –sin partitura ni batuta– resulta muy intensa, incisiva y dramática, quedando algo corta en esa sensualidad nostálgica tan propia del autor. En cualquier caso, y en colaboración con una orquesta en excelente forma, el resultado global es una Rapsodia de altura. De propina, Pérez Floristán ofrece una recreación estratosférica, acongojante en su mezcla de concentración, vuelo poético y sensibilidad para el detalle, de la Danza de la moza donosa de Alberto Ginastera. Shani se sienta cerca de él y permanece en éxtasis durante la interpretación.
Petrushka en la segunda parte. Imposible olvidar aquella grabación de Bernstein con la misma orquesta. La de Shani es muy distinta: mucho menos simpática y distendida, bastante más de incisividad y mala leche. En buena medida es la del joven maestro una visión agria, pero sin llegar en modo alguno a la violencia de Muti ni a la genial corrosividad de Klemperer. Tampoco la increíble limpieza de este último: en este sentido, Shani no termina de clarificar las texturas, e incluso en la Danza de los cocheros cae en cierto barullo. Pero hay animación, vida, intensidad, marcados contrastes, humor negro, un considerable sentido del ritmo y un tratamiento bastante adecuado del color orquestal. Las indicaciones expresivas a los primeros atriles, fundamentales para que en este ballet de Stravinsky las cosas salgan bien, resultan todas muy acertadas. Un poco menos de velocidad y mayor interés por la atmósfera en determinados momentos no le hubiese venido nada mal. Ah, formidable el piano, que no es el de la orquesta sino el propio Pérez Floristán, que modifica por completo su toque para adecuarse a las maneras stravinskianas.
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