Esta mañana me terminaron de quitar todos los puntos. Bueno, las grapas que me cosían el antebrazo. Me ha quedado una enorme cicatriz que ciertamente no supura, pero que anda aún fresca y va inseparablemente unida al dolor –aún las veinticuatro horas del día– que procede de la operación del húmero. Por eso mismo me siento un poco con el pobre Amfortas de Parsifal. Eso sí, tengo mi ungüento traído por Kundry de tierras lejanas. Del sur de Chile, para concretar.
Al parecer, va estupendamente procesos de cicatrización. Quede ahí la recomendación para quienes se vean en un caso parecido al mío.
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