jueves, 9 de febrero de 2023

La Sinfonía Júpiter por Bruno Walter

Este sábado tendré la oportunidad de escuchar la Sinfonía nº 41 “Júpiter” a Trevor Pinnock en el Teatro de la Maestranza. La competencia es dura, porque allí mismo le pudimos ver a Daniel Barenboim una realización sublime no hace muchos años, pero aun así lo más probable es que se trate de una espléndida realización, porque le británico es un enorme músico y el Mozart que hasta ahora le hemos escuchado –en disco o en vídeo– es sencillamente espléndido. A la espera del acontecimiento, me tomé ayer la tarde libre para escuchar las cuatro grabaciones –solo conocía la última de ellas– que de esta obra maestra de Wolfgang Amadeus Mozart nos legó Bruno Walter, con vistas a una discografía comparada que espero concluir a corto o medio plazo.


El primer registro es de su periodo vienés: Filarmónica de Viena, 1938, realizado con aceptable sonido “de estudio” por el sello EMI en la Musikverein. Me he encontrado una interpretación carnosa, decidida y muy atenta al sentido dramático de la página, pero todavía por madurar por parte del maestro que ese año cumpliría los sesenta y tres –la grabación se realizó en enero–. La ralentización del tempo en el tema B del primer movimiento le queda un poquito forzada, y los aspectos más humanísticos y espirituales del segundo movimiento, no así los más lacerantes, no le terminan de salir. Muy correcto el Menuetto, y algo falto de empuje un Finale que, en comparación con el resto de la lectura, resulta más lento de la cuenta; eso sí, la polifonía de la doble fuga se encuentra muy bien desmenuzada. 


Los tres testimonios siguientes se hicieron ya al otro lado del charco para CBS. En 1945 la guerra iba acabando y al maestro, poniéndose al frente de la Filarmónica de Nueva York, le tocaba dejar un testimonio a los norteamericanos de cómo se hacían las cosas en la vieja Europa. Los tempi son muy parecidos a las de su registro en Viena, salvo en un Molto Allegro conclusivo más rápido y que así sale ganando. El movimiento inicial gana en unidad, mientras que en el segundo movimiento se consigue un más intenso contraste entre los aspectos sensuales y los dolientes de esta música maravillosa. Por lo demás, el concepto es similar al de entonces, enérgico y musculado, sin espacio para el Mozart más o menos galante o trivial. La toma se realizó en el Carnegie Hall; tras el reciente reprocesado en HD, demuestra ser claramente superior a la vienesa. 


En 1956 se realiza una repetición de la jugada con la misma orquesta, esta vez en un estudio y con una ganancia sustancial en las frecuencias graves, aunque la toma sigue siendo monofónica. Cambia el concepto, porque aquí nos encontramos con un Bruno Walter “de transición”: los tempi se ralentizan, el trazo adquiere mayor continuidad, el fraseo se hace más mórbido y la calidez humanística (la consabida “amabilidad” del maestro) se encuentra mucho más desarrollada, particularmente en un segundo movimiento que se acerca a lo sublime. El Menuetto pierde en vigor rítmico y gana en sensualidad y galantería. Espléndido el Finale, muy bien desmenuzado.


Terminamos en California con la Sinfónica de Columbia, ya en 1960 y con sonido estereofónico –de mucha calidad tras el último reprocesado, pese a la distorsión–. Aquí el maestro nos deja su visión tardía de la obra. Los tempi vuelven a ralentizarse, tras transiciones se encuentran resueltas de manera magistral, los matices son más ricos y aflora en todo su esplendor la dimensión humanística de la música. El Andante cantabile, paladeado con especial delectación, es de los mejores jamás escuchados, mientras que el Finale, pese a la lentitud, está dicho de un solo trazo, se encuentra estupendamente desmenuzado y posee enorme grandeza espiritual. Esta es la interpretación que hay que conocer de las suyas, sin la menor duda.

1 comentario:

Sergio dijo...

He de decir que la última de las grabaciones es a la que suelo acudir para escuchar esta sinfonía. Me entusiasma su versión. Gracias.

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