Ya he escrito varias veces del asunto en este blog: si Bernard Herrmann estuvo toda su vida intentando infructuosamente ser reconocido como director de orquesta, lo cierto es que en sus grabaciones realizadas para Decca entre 1968 y 1975 demostró ser un auténtico prodigio de la batuta. Y no solo con la música de cine –la suya propia y la de otros–, sino también el repertorio clásico puro y duro. Dice Ángel Carrascosa que suyas son las mejores versiones que ha escuchado de Finlandia de Sibelius, de la Pavana de Fauré y de la Bacanal de Saint-Säens. Yo añadiría a la lista de prodigios la Segunda de Ives, Los preludios de Liszt –un pelín hinchados, pero tremendos–, la Pastoral de estío de Honegger, el Aprendiz de brujo de Dukas, las Gimnopedias 1 y 3 de Satie y esos singularísimos Planetas de Holst que tan mala prensa tuvieron en su momento.
La caja The Films Scores oh Phase 4 recupera otro de esos discos portentosos en lo que a dirección de orquesta se refiere: Music from Great Shakesperean Films. Se registró en los estudios del sello británico el 23 de marzo de 1974 e incluyó música de Shostakovich, Walton y Rózsa, todo ello con la complicidad de la National Philharmonic Orchestra que, por si ustedes no lo saben, era una espléndida formación “de bolos” congregada por su concertino Sidney Sax a partir de las fuerzas londinenses disponibles para la ocasión.
El Hamlet cinematográfico de Shostakovich (1964), muy superior al que había escrito para la escena varias décadas atrás, es una de las mejores partituras sinfónicas de su periodo tardío: tal vez le estimularan las subyugantes imágenes de la cinta de Kozintsev. Bernard Herrmann se siente como pez en el agua: atmósfera gótica cien por cien, terror en estado puro -la escena fantasmal- y una dosis muy considerable de ironía y mala leche. La conexión es absoluta. He escuchado varias versiones de esta música y ni una sola se le acerca. ¡Lástima que solo grabara veintiún minutos!
Del Ricardo III de William Walton (1955) se ofrecen los títulos iniciales y finales. Típica marcha del autor que Herrmann aborda con lentitud extrema, enorme vuelo melódico e intensidad sin parangón. Pero lo que ya es el colmo son los tres números del Julio Cesar de Miklós Rózsa (1953). Nunca jamás se ha escuchado la música del húngaro dirigida con semejante fuerza dramática. ¡Qué manera de acumular tensiones en “Los Idus de marzo” y de meternos el miedo en el cuerpo con la cuerda grave de la escena del fantasma! Finalmente, la secuencia en la que el compositor superpone la marcha de Octavio con el tema de César para ilustrar el suicidio de Bruto –James Mason– alcanza un grado tal de ardor y desesperación que cada vez que la escucho –lo confieso, este es uno de los discos que más ha pasado por mi equipo– se me humedecen las lágrimas.
¿Y el sonido? Las características de Phase 4 están ahí, por lo que en más de un momento llegan a molestar una celesta o un arpa en primerísimo plano. Dicho esto, en la mayor parte de la música el equilibrio es correcto, mientras que en lo que a pureza tímbrica y carnosidad se refiere, la labor del ingeniero Arthur Lilley es portentosa. Tras la nueva remasterización realizada este mismo año suena mejor que nunca. Total, uno de los mejores discos de música de cine que existen. Así de claro.
1 comentario:
¿Qué nota le asigna a la versión de Ancerl y Schneirdehan? Creo que se le ha pasado puntuarla. Un saludo
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