Literalmente, no tengo fuerzas para acabar la crítica del Trovatore del otro día en el Villamarta, así que improviso estas breves líneas sobre los dos Cuartetos de cuerda de uno de los compositores que más admiro y que más me fascinan en la actualidad, pero de los que menos he escrito en este blog: Gÿorgy Ligeti.
El Cuarteto nº 1 se compuso entre 1953 y 1954. Se trata obra de intensísimo sabor folclórico en la que el homenaje a Bartók resulta evidente, sobre todo en esos pasajes que hacen referencia a los personalísimos nocturnos del autor de El mandarín maravilloso. Pero eso no significa que nuestro artista resulte en absoluto impersonal: antes al contrario, la partitura rebosa creatividad y apunta ya claramente al Ligeti maduro. El Cuarteto nº 2 es ya de 1968: primera madurez del autor y plena fascinación sonora para un oyente que, eso sí, necesita dejar de lado cualquier prejuicio.
¿Dónde buscar? Para el Cuarteto nº 1 me parece muy interesante la grabación del Cuarteto Hagen (DG, 1990), que aborda la obra desde una óptica mucho antes lírica que angulosa haciendo gala de exquisita sensibilidad tímbrica y apreciable cantabilidad. Pero a mí, la verdad, me gustan más las dos aproximaciones del Cuarteto Arditti. La primera (Wergo, 1978) es una versión muy tensa y aristada, afiladísima su sonoridad, digamos que “expresionista”; claro que también se encuentra magníficamente construida, está fraseada con concentración, resulta irónica cuando hace falta y ofrece un elevado sentido de las texturas. La segunda (Sony, 1994) es menos tensa y extrema, no desprende tanta rabia ni desesperación, al tiempo que parece más sutil y ofrece mayor unidad entre las diferentes secciones. Otra opción sería la del Cuarteto Artemis (EMI, 1999), que ofrece una lectura menos dolorosa y más inquieta, un punto nerviosa, interesante por destilar más “guasa” en los momentos humorísticos, aun sin dejar de ofrecer instantes de gran desgarro.
El Arditti sigue triunfando en el Cuarteto nº 2, cuya primera grabación vuelve a poseer una intensidad, una comunicatividad y una visceralidad muy especiales. La de Sony es la perfección absoluta en cuanto a virtuosismo, estilo, concentración e imaginación. Y aún tiene una grabación más, la realizada en el Wigmore Hall en 2005 editada por la propia sala de conciertos: una exhibición espectacular de texturas y colores, aunque con algunos ruidos suplementarios propios del directo. Mucho menos interesante es el pionero testimonio del Cuarteto Lasalle (DG, 1969): no termina de desplegar ni la riqueza tímbrica ni la tensión interna que piden estos pentagramas, aunque ciertamente su fraseo sea hermoso, flexible y muy musical. Con su sonido delgado y ágil, Cuarteto Artemis ofrece estupendas intenciones pero resultados no del todo interesantes.
La cosa está clara: busquen cualquiera de las versiones del Arditti y prepárense.
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