Tenía desde hace tiempo problemas con el tracto intestinal. Mi madre le buscó siempre la alimentación adecuada. Ella le tenía un cariño enorme, y en esos once años que yo estuve dando vueltas por Andalucía desplazándome allí donde me enviasen a dar clase, ella estuvo pendiente de todo lo que necesitaba.
Cuando yo regresé a Jerez, y tras un periodo de acostumbramiento -llegó a morderme fuerte en los primeros tiempos al verme como "invasor" de la vivienda del abuelo, que era la suya-, fue mi gatito fiel. Me ha dado algunos momentos de gran felicidad en estos dos últimos años que han sido tan duros para mí, con sus topaítas y búsqueda de caricias (siempre a primera hora de la mañana, y por la noche antes de acostarse). Aunque la mayor parte del tiempo le gustaba estar solo, como a casi todos los gatos. Mientras tanto, yo trabajaba frente al ordenador o escuchaba música. Me acompañó en muchísimas audiciones, bien en el respaldo del sofá, bien sobre mi regazo ronroneando. Últimamente le gustaba dormir en el sofá de al lado.
En las últimas semanas se había debilitado muchísimo. Apenas comía. Le llevamos dos veces a la veterinaria para que le inyectara vitaminas. Desde el jueves apenas podía moverse, pero nos negamos a "dormirlo". Tampoco se quejaba más de lo acostumbrado. Le hemos llevado con brazos a beber agua, a tomar el sol, a apartarlo del sol y a dormir.
El domingo por la mañana estuvo cuarenta y cinco minutos durmiendo en mi regazo, mientras yo escuchaba Beethoven por Du Pré y Barenboim. Llegó incluso a ronronear un poco. Luego tomó un poco el sol y controló un rato la calle desde la terraza, como a él le gustaba. A la hora de comer pegó un maullido y le llevé a beber, pero ya no se pudo tener en pie. Cayó sobre el tazón. Empezó a agonizar; así estuvo durante media hora, con mi madre y conmigo, hasta que finalmente se fue. Resultó muy duro verle morir.
Adiós, mi niño.
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