Los resultados fueron interesantísimos, por dos motivos. Uno, el descubrimiento de un repertorio poco frecuentado –sobre todo por entonces– y de una alta calidad. Todavía hoy la mayoría de las piezas se escuchan poco, excepción hecha del preludio de Khovanshchina, y ni siquiera se ha terminado de imponer la versión original de Noche en el Monte Pelado, que conocía aquí –si no me equivoco– su primera grabación. El segundo, la soberbia labor del maestro italiano, todo fuerza y rusticidad bien entendida sin menoscabo de esa atención al detalle y esa depuración sonora que sabía conseguir con su prodigiosa técnica de batuta. Cuando vuelva a grabar alguna de estas piezas, no lo hará tan bien: La destrucción de Sennacherib le sonará más "romántica", menos propiamente mussorgskiana, mientras que en Joshua se dejará llevar por cierto efectismo.
Como única pega, una toma sonora que no está a la altura de las mejores de la época. En cualquier caso, disco imprescindible.
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