viernes, 3 de abril de 2020

Dos Stabat Mater para el Viernes de Dolores: Dvorák y Howells

Hoy es Viernes de Dolores. En España, como en Italia, por partida doble. Aquí y allí son miles las personas que lloran a sus seres queridos, por no hablar de las dificultades que van a vivir quienes se han quedado sin empleo. Que no salgan los pasos durante esta Semana Santa o que nos hayamos quedado sin música en directo es lo de menos en medio de esta inmensa tragedia que aún dista de acabar. Además, los vídeos de procesiones y los discos pueden aliviar las referidas frustraciones. Lo otro, lo verdaderamente importante, no tiene alivio alguno.

 
La música para hoy, obviamente, no puede ser otra que algún Stabat Mater. Yo he optado por dos. Por la mañana volví a escuchar el de Dvorák, esta vez en la interpretación registrada por Jirí Belohlávek –creo que su último disco– y la Filarmónica Checa en marzo de 2016. Me ha gustado: como en su notabilísima integral de las sinfonías y de los conciertos, el desaparecido maestro alcanza el punto justo entre rusticidad, sensualidad y lirismo, sin decantarse por una visión escarpada del compositor, pero evitando asimismo interpretarlo desde un refinamiento mal entendido, limando aristas o “brahmsianizando” demasiado al compositor. La soprano Eri Nakamura y la mezzo Elisabeth Kulman están bien, por encima de la mera solvencia del tenor Michael Spyres y del bajo Jongmin Park. El Coro de la Filarmónica de Praga realiza una buena labor. ¿El problema? Que ahí sigue la versión de Giuseppe Sinopoli (DG, 2000), mucho más intensa, bastante más dramática y contrastada, y aún más depurada en su lirismo; quizá también más discutible por lo personal de su enfoque, pero desde luego preferible a la hora de descubrir las maravillas que esta música contiene. Su cuarteto es netamente superior y también ofrece una toma sonora mucho más satisfactoria que esta tan reciente de Decca.


Por la tarde me he acercado al de británico Herbert Howells (1892-1983), un compositor del que nada había escuchado. La presencia de nada menos que Rozhdestvenski y la Sinfónica de Londres en la que es su primera y no sé si única grabación (Chandos, 1994) me daban ciertas garantías, pero la verdad es que me ha quedado a medias. Para mí no es ningún problema que esta página, de unos cincuenta minutos de duración y escrita para una gran masa sinfónico coral más un tenor, se aleje por completo de las vanguardias de la época para optar por un lenguaje por completo convencional. Lo es que haya más efectismo que verdadera inspiración: junto a momentos estremecedores –rebelde y desesperadísimo su primer gran clímax– y otros de un hermosísimo lirismo, hay bastante escándalo gratuito y una en absoluto indisimulada búsqueda de los grandes contrastes sonoros. Me ha interesado solo a ratos, la verdad, y eso que orquesta y director están formidables, lo mismo que el London Symphony Chorus y el tenor Neill Archer. Y la grabación también es estupenda. En Tidal la pueden encontrar. Y si para hoy viernes o para mañana Sábado de Pasión quieren otro Stabat Mater, prueben con Pergolesi o con Rossini. Por ejemplo.

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