martes, 31 de marzo de 2020

Mozart, Haydn y Beethoven como compañeros

Puede que alguien se pregunte cómo estoy. Pues perfectamente, gracias. Tras dos semanas y media de encierro con mi madre y nuestros dos gatos, ando sin problemas de salud –salvo algún sustillo carente de importancia– y bien de ánimos. Quizá con esto último tengan que ver tres factores importantes: numerosa labor docente on-line que me mantiene ocupado, una terraza con amplias vistas a la naturaleza y la inmejorable compañía de tres señores cuya música es toda una bendición espiritual.


No diré que sean los más grandes compositores de la historia –probablemente lo sean, al lado de Bach–, pero sí que su labor creativa es –de nuevo junto con el Kantor de Leipzig y muy al lado de Schubert– la que más ha profundizado en la naturaleza del ser humano, con todas sus grandezas y sus miserias, con sus aspiraciones y con sus sufrimientos. También la que más nos lleva a reconciliarnos con nosotros mismos. Durante estos días su música me acompaña de manera especial. Sobre todo su creación de cámara, que he descuidado en exceso durante años. Cosas como el Archiduque por Zukerman, Du Pré y Barenboim son de las más conmovedoras que uno puede escuchar en su vida. Y de las más hondas.

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