Este es un Emperador que puede fácilmente calificarse con la etiqueta de señorial: viril, refinado y elegantísimo, distinguido sin afectación alguna, equilibrado en todos los sentidos, aunque también, y precisamente por esto último, necesitado de un punto más de implicación emocional, de contrastes tanto sonoros como expresivos, de pathos en definitiva, para que esta música termine de ofrecer todo lo que puede dar de sí; sobre todo por parte de un pianista ante el que, en cualquier caso, solo cabe descubrirse por lo depuradísimo de su toque y lo concentrado de su fraseo. En cuanto a Giulini, siempre desde la misma óptica apolínea que el solista, derrocha nobleza en los movimientos extremos al tiempo que destila en el Adagio esa cantabilidad, esa magia sonora y esa poesía de altos vuelos solo al alcance de los más grandes.
El vídeo en YouTube deja mucho que desear en calidad audiovisual, pero es gratis. Si pueden, escuchen la espléndida restauración a 192 KHz que circula por ahí. ¿Mi versión favorita? La de Klemperer y Barenboim, o quizás –en una linea más ortodoxa– la filmación del de Buenos Aires con la Staatskapelle de Berlín. Pero esta de los dos italianos merece también mucho la pena.
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