La obertura de Las vísperas sicilianas no me parece la más electrizante ni impetuosa posible. Pero sí la mejor cantada que uno pueda imaginar, la más sabiamente planificada en agógica y dinámica, la más inteligentemente matizada y la de concepción más maravillosamente sinfónica, sin que esto signifique caer en la excesiva opulencia ni perder sabor popular. Una maravilla, aunque no superior a lo que Barenboim consigue con La traviata: haciendo gala de un fraseo cantable a más no poder, de una flexibilidad y un vuelo lírico incomparables, el maestro logra aunar el carácter agónico de los preludios de los actos primero y tercero con un interesantísimo sentido digamos que “espiritual”, como si quisiera apuntar al Parsifal que se escuchará en la segunda parte de la velada.
En cuanto a la obertura de La forza del destino, Barenboim y la WEDO superan su ya magnífica grabación de 2004 en Ginebra y logran unos resultados verdaderamente redondos sabiendo aunar vuelo lírico, sentido de la atmósfera –una vez más, el de Buenos Aires ofrece una visión muy “gótica”– y una cierta frescura latina que le sienta estupendamente a esta música, todo ello haciendo gala de una magistral planificación de la arquitectura y de una enorme capacidad para desmenuzar cada una de las líneas melódicas, por no hablar de la creatividad en la dinámica, en la agógica y en los acentos. Increíble.
El preludio de Parsifal se ofrece en su versión “de concierto”, con el final de la ópera. Difícil expresar con palabras lo que aquí Barenboim consigue. Quizá podríamos intentarlo diciendo que se trata de una peculiar síntesis entre el sentido dramático que es consustancial a su batuta, la espiritualidad que habitualmente asociamos a esta música y, quizá lo más importante, una dosis muy considerable de humanismo; léase de ternura, de sensualidad no narcisista, de síntesis de las experiencias de toda una vida, de reconciliación con uno mismo, con sus pecados, con la humanidad… Todo ello, por descontado, obteniendo de la WEDO una sonoridad wagneriana cien por cien. En Granada la audición me dejó profundamente conmocionado: creo que ningún otro director, Knappertsbusch incluido, ha alcanzado semejante altura en esta música descomunal.
Siendo de primer nivel, no interesa tanto el preludio del acto I de Los maestros cantores, porque son ya muchas las recreaciones que le hemos escuchado a Barenboim con la WEDO. El maestro aborda la página, una vez más, en una línea mucho menos solemne de lo que el acostumbraba tiempo atrás y procurando indagar en los aspectos más “a ras de tierra” –lirismo, sentido del humor, frescura– de esta música, a la que sabe dotar de vida y color sin quedarse en la superficie más o menos pintoresca. La naturalidad en el trazo y el tratamiento de las tensiones y distensiones, de libro.
Me queda por hablar de los dos estrenos, que he querido escuchar un par de veces. El jordano Saed Haddad (n. 1972) afirma haberse “centrado en lograr una síntesis entre las tradiciones occidental y árabe”, presentando Que la lumière soit (Hágase la luz), triple concierto para trompeta, trombón, vibráfono y orquesta, como “una meditación sobre los esfuerzos para erradicar la ignorancia”. Pues vale. Yo, como primer ignorante que soy, lo que aquí encuentro es una página que genéricamente podríamos calificar dentro de un más o menos ortodoxo “neo-expresionismo” en la que el compositor maneja con enorme soltura una amplia paleta de colores y sabe dotar de sentido orgánico a la construcción al tiempo que hace gala de apreciables sutilezas, pero sin nada especial que decir. A pesar de que tanto Barenboim como la orquesta y sus solistas –Bassam Mussad, Jaume Gavilan Agulló y Adrian Salloum–se dejan la piel en la interpretación, a mí me ha interesado poco.
Todo lo contrario de lo que me ha pasado con At the Fringe of our Gaze, de la israelí Chaya Czernowin (n. 1957), fascinante muestra de “música matérica” basada en el juego de texturas –incluyendo el ruido, por descontado– que atrapa de principio a fin gracias a su multitud de sugerencias no solo tímbricas, sino también expresivas: no es de extrañar que un músico tan poco experimentado en este lenguaje como Barenboim se mueva como pez en el agua atendiendo a lo mucho que de inquietante y sombrío hay en la página. Quien quiera saber más, puede leer las reveladoras líneas que ofrece la propia compositora.
En definitiva, este concierto me parece globalmente uno de los más grandes logros del de Buenos Aires al frente de su orquesta multicultural, que ya es decir. Lo recomiendo con entusiasmo a los amantes de Verdi, a los de Wagner y a los de la creación contemporánea. También me permito sugerir la lectura de este artículo de Ruiz Mantilla explicando cómo la mediocridad de ciertos políticos andaluces alejó de Andalucía un proyecto que la astuta y lúcida Merkel supo llevarse Berlín mientras aquí algunos respiraban de alivio.
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