viernes, 31 de mayo de 2019

Portentoso Prokofiev del joven Chailly para DG

Reconozco que un servidor, como quizá también alguno de ustedes, pensaba que Riccardo Chailly comenzó a grabar discos a mediados de los ochenta para Decca. Por eso me ha sorprendido encontrar en Tidal este para mí insólito disco que el maestro milanés registró allá por 1981, Junge Deutsche Philharmonie, para Deutsche Grammophon cuando solo contaba veintiocho años de edad. Programa Prokofiev: Sinfonía nº 3 y suite de El amor de las tres naranjas.


La sinfonía la volverá a grabar ya en los años noventa para el sello británico con una orquesta mucho mejor, la del Concertgebouw, y una toma sonora bastante superior a esta más bien discreta, pero la presente interpretación es ya espléndida. Y creo que con ella el maestro milanés dejaba bien claras dos cosas. La primera, una técnica de batuta excepcional que le permite obtener ricos colores, diseccionar habilidad el entramado orquestal y jugar a su antojo con la agógica -flexible pero llena de coherencia expresiva- sin que el edificio se venga abajo. La segunda, unas enormes ganas de hacer música que se traducen no solo en una apreciable intensidad dramática, sino también en la plena atención a los aspectos más misteriosos y sensuales de la partitura, así como en la riqueza de matices que es capaz de extraer. No todo es óptimo, en cualquier caso: los dos últimos movimientos pierden un poco de fuelle frente a los dos primeros, a todas luces magníficos. Su dirección en Ámsterdam será quizá más equilibrada y alcanzará más unidad en el trazo, pero quizá resultará también menos arriesgada, creativa y visceral que esta.

Sea como fuere, o mejor del disco llega con la suite de El amor de las tres naranjas, sin duda una de las mejores que conozco. Quizá también la más interesante de todas ellas por, lo particular de su enfoque: renunciar a la faceta divertida y gamberra de esta música, que la tiene, y leerla desde una óptica marcadamente expresionista, virulenta, de tímbrica incisiva, enorme electricidad y tensiones extremas, por no decir desgarro y violencia, lo que no le impide al joven director controlar la turbulenta atmósfera con mano maestra y detenerse a paladear el penúltimo número con un lirismo tan intenso como lleno de desazón, incluso de angustia. Planificación, análisis del entramado orquestal y riqueza tímbrica encuentran difícil parangón con otras interpretaciones, aunque hay por ahí algunas excepcionales. Por ejemplo, la que este mismo año grabó Lorin Maazel con la Filarmónica de Francia para CBS.

Tengo que decirlo: ¡cuánto talento guardaba Chailly en su juventud, y de qué alarmante manera parece haberlo perdido en su madurez! Claro que no es el primer maestro milanés al que le pasa esto. ¿Se acuerdan de Abbado?

PS. Me recuerda Ángel Carrascosa que Chailly ya había grabado, aún con sonido analógico, un singular Werther para Deutsche Grammophon. Gran despiste el mío, sobre todo habida cuenta de que tengo en mi discoteca y he escuchado esa versión.

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