viernes, 21 de diciembre de 2018

Reflexiones sobre Il Giardino

Il Giardino Armonico alcanzó su fama internacional cuando allá por 1994 se publicó su lectura de Las cuatro estaciones, que iba muchísimo lejos no solo de las tradicionales versiones de I Musici –aun hoy admirables, sobre todo la de Carmirelli–, sino también de la espléndida recreación de Fabio Biondi en el sello Opus 111, hasta entonces la mejor de las históricamente informadas. El revuelo fue considerable, en cierto modo como el que armara años atrás Reinhard Goebel con sus Suites y Brandenburgos bachianos.

 

Yo llegué tarde a las propuestas de Giovanni Antonini y su equipo. Cuando lo hice, creo que ya a finales de los noventa, no me asustaron en absoluto. Cierto es que en ellas había mucho de radicalidad en los contrastes, de creatividad mezclada con excentricidad y de provocación, pero aquello me encajaba con la idea que yo tenía de qué era el Barroco, un movimiento con frecuencia calificado con las etiquetas del exceso, del mal gusto y del efectismo. ¿Por qué no devolver a este estilo lo que le pertenece? Igual que no se puede interpretar de la misma forma a Verdi que a Wagner, a Schubert que a Mahler, no parece adecuado recrear las músicas de la primera mitad del XVIII desde esa elegancia y ese sentido del equilibrio con que se hace Haydn o Mozart. La intensidad de los claroscuros, el movimiento vertiginoso, el sentido de la curva y la contracurva, la abundancia en la ornamentación y los efectos teatrales son intrínsecos a la sensibilidad barroca. No en todo momento ni en todo lugar, eso hay que tenerlo muy en cuenta, pero aun así los chicos de Il Giardino dieron pasos adelante que, al menos desde el punto de vista teórico, supusieron un muy atractivo avance en nuestro conocimiento y disfrute de este repertorio.

Pero a medida que fueron pasando los años empecé a percibir que algo me chirriaba. Diría que literalmente: el violín de Enrico Onofri. Creo que fue en su primera aparición en el Teatro Villamarta, hace ya unos cuantos años, cuando empecé a detestar a este señor. Sus ridículas poses de “músico en trance” para aparentar inspiración contrastaban con lo desagradable de su sonido y la discreta musicalidad de sus interpretaciones, en las que los contrastes extremos no eran sino grosería, el fuego tosquedad, el lirismo blandura, la ornamentación puro amaneramiento. Cuando comencé a escucharle en su faceta de director de orquesta se confirmaron mis sospechas: Onofri hace gala de un mal gusto que echa para atrás. Ya he escrito alguna vez que el peor Haydn que he escuchado en mi vida –una infumable Sinfonía nº 88– se lo escuché a él en el Maestranza dirigiendo a la ROSS. Antonini no me parecía mal flautista pese a su tendencia a lo cursi, pero al escuchar sus discos empuñando la batuta me pasó, salvando las distancias, algo parecido: ¿hace un mediocre Bethoven porque no acierta al aplicar en el de Bonn criterios propios de un repertorio muy distinto, o más bien porque es un músico de sensibilidad primaria?

Y así he llegado a un momento en el que no sé si me gustan o no las cosas de Il Giardino Armonico, que precisamente vuelve esta noche al Villamarta para ofrecer, por suerte sin Onofri, un programa titulado Si suona a Napoli! Como compré entrada, me he animado a escuchar un disco que tenía pendiente, el de los conciertos con laúd y mandolina de Antonio Vivaldi. Luca Pianca y Duilio Galfetti son solistas de los respectivos instrumentos.


El Concierto "con molti instrumenti" RV 558 arranca con toda esa agresividad "rockanrolera" que asociamos al grupo; la incisividad, la energía y el sentido teatral que se despliega son enormes, como también el ímpetu rítmico y los contrastes dinámicos. Uno no puede resistirse y desde el primer instante se deja enganchar por la radical propuesta, si bien una simple comparación con la sensata, mesurada pero ciertamente algo timorara lectura de Pinnock deja bien claro que con Antonini y los suyos la sensualidad y la elegancia, características no precisamente ajenas al universo barroco veneciano, se pierden en aras del efecto más directo e inmediato.

El Concierto para viola de amor y laúd destaca por la labor de Pianca; "el otro" obviamente es Onofri, si bien en este caso moderado y sensato en sus intervenciones. El problema es aquí Antonini, que en el primer movimiento hace frasear a los violines a base de saltitos a cual más repipi y amanerado.

El celebérrimo Concierto para mandolina RV 425 recibe una buena interpretación, quizá fraseada con más nerviosismo de la cuenta en el movimiento inicial y no del todo poética por parte de Galfetti en el Largo. Onofri y Pianca, el primero de ellos centrado pero no muy expresivo, son los protagonistas de la Sonata a trío RV 85.

En el Concierto para laúd RV 93 disfruto muchísimo la labor de Pianca, sobre todo en el Largo, aunque también me parece espléndido –rico pero sensato– el clave elaborando el continuo. La Sonata a trío RV 82 permite al laudista explayarse de manera maravillosa en el Larghetto. Y espléndido, para cerrar el disco, el Concierto para dos mandolinas RV 532, chspeante y con un Andante ricamente matizado por Wofgang Paul y Duilio Galfetti. A la postre me lo he pasado bien.

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