Heterogénea, incoherente y desigual la serie Debussy que está presentando
Harmonia Mundi, circunstancia de la que da buena cuenta este volumen que incluye
las tres sonatas más una serie de piezas tardías para piano solo. Arranca con la
Sonata para violín y piano en interpretación de
Isabelle
Faust y
Alexander Melnikov: Sasha está estupendo
haciendo gala de una muy rica pulsación y de un perfecto estilo impresionista,
pero la tantas veces desconcertante Faust, de sonido hermosísimo y técnica a
prueba de bombas, se lo pasa en grande de portamento en portamento. El resultado
es un Debussy meramente ornamental, sobrecargado de curvas art nouveau, amable
mucho antes que evocador, en el que la complacencia en lo sensorial se pone por
encima de la evocación poética.
Muchísimo mejor la
Sonata para flauta, viola y arpa a cargo de
Magali Mosnier,
Antoine Tamestit y
Xavier de Maistre; aunque el viola arranca con un portamento
algo exagerado, aquí se aprecian un sentido de las tensiones, de las aristas y
del compromiso expresivo que se echaba en falta en la obra anteriormente citada,
lo que no impide a los artistas ofrecer la luminosidad, la delicadeza y la
depuración sonora que sin duda esta música también necesita.
La
Sonata para Violonchelo y piano cuenta con un
Javier
Perianes formidable, muy entregado, hermosísimo en el toque al tiempo
que valiente e intenso, pero aquí vuelven de nuevo los portamentos (¡qué
suplicio!), esta vez de la mano de un
Jean-Guihen Queyras cuyo
sonido increíblemente bello no disimula su tendencia a lo autocomplaciente.
Magnífico él, como también el pianista onubense, a la hora de recrear el humor
negro del segundo del sorprendente segundo movimiento.
Tanguy de Williencourt se encarga de las piezas para piano
solo. Está francamente bien en la
Berceuse héroïque, en la
Pièce
pour l'oeuvre du ‘Vêtement du blessé y en
Les Soirs illuminés par
l'ardeur du charbon, pero la
Élégie no la hace ni “lent” ni
“douloureux”. Lo dicho, un disco extraño. Como el resto de la serie.
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