La etapa de
Lorin Maazel al frente de la
Orquesta de Cleveland se repartió discográficamente entre Decca, CBS y Telarc, aprovechando este último sello para realizar algunas de las primeras grabaciones digitales de música sinfónica que se conocen. Es el caso de esta
Cuarta sinfonía de
Tchaikovsky grabada en mayo 1979, que he podido escuchar en un trasvase a SACD que posee muchísima "carne". Por desgracia, los resultados interpretativos no están a la altura. La verdad es que parece mentira que un
director de tan extraordinaria técnica y, en numerosas ocasiones, tan fino
olfato para el repertorio tradicional, se quede en una versión más
bien irregular y deslavazada que, siempre dentro de una incuestionable
solvencia, no termina de despegar.
De este modo el primer movimiento, impecable, resulta más
decibélico que rebelde en sus clímax, no del todo encrespados por culpa de una
planificación algo escasa de fuelle. El Andantino se encuentra increíblemente
bien diseccionado, pero no solo no resulta emotivo, sino que se ve lastrado por
cierta dulzonería en el tratamiento de la cuerda. El Scherzo interesa por el
cuidadoso tratamiento de las maderas, mas carece de esa vivacidad, esa
efervescencia y ese peculiar sentido del humor de las grandes versiones. El
Finale, sin caer en el desmadre de cara a la galería, tampoco posee el nervio y
el fuelle que necesita, e incluso incurre en alguna blandura. Mis recomendaciones, en la
discografía comparada.
El SACD se completa con una
Consagración de la Primavera de mayo de 1980, que ya comenté en la
discografía que realicé del más famoso ballet de
Igor Stravinsky. Escuchada otra vez, se confirma como una buena versión sin más que tiene como
principal acierto no atender solamente a la vertiente explosiva de la obra, sino
también a las atmósferas más o menos sensuales, más o menos inquietantes, que
esta música asimismo necesita. Ahora bien, prácticamente en todo momento, menos
en una Danza del sacrificio bien planificada, se percibe la sensación de cierta
desgana, cierta flojera incluso, tanto en lo que a la administración de las
tensiones se refiere como en el interés por clarificar texturas y equilibrar
planos sonoros; en cierto modo, como si Maazel hubiera realizado este registro
más por obligación o por dinero que por verdadera sintonía con la partitura, lo
que tampoco sería de extrañar. Además, los tremendos golpes de bombo -espléndido trasvase a SACD- que dan
paso a la Glorificación de la Elegida son de una lentitud exasperante, y poco
después hay alguna otra excentricidad no menos innecesaria.
A la postre, dos registros totalmente prescindibles.
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