Lamento no poder dar ningún argumento más que mi percepción subjetiva. De la profesionalidad de Reimann poniendo las notas en el pentagrama no puedo dudar. Tampoco de su habilidad a la hora de encajar la música con la acción, en este caso no los textos griegos sino el drama de Franz Grillparzer publicado en 1821. Pero la escritura vocal me ha parecido una mareante sucesión de melismas y agilidades que más que desasosiego crean hartazgo, mientras que la orquestal, no exenta de sugerentes hallazgos tímbricos, no termina de desprender la atmósfera malsana y desesperada que el argumento parece pedir a gritos: cuando llegan los momentos encrespados, acumulación de decibelios y punto. No me ha parecido una música sincera, sino más bien un intento de crear música supuestamente contemporánea –que no es tal– para agradar a quienes no les gusta la música realmente contemporánea.
La interpretación musical es magnífica. Reimann escribió pensando en estos cantantes en concreto, pero independientemente de eso el equipo no solo demuestra suficiencia vocal, sino también una extraordinaria implicación expresiva. Solo he encontrado problemas en la Gora de Elisabeth Kulmann, para la que el berlinés escribió unas notas graves muy forzadas quizá de manera voluntaria. En el rol titular, Marlis Petersen está sencillamente soberbia, destacando asimismo la Kreusa de Michaela Selinger. Max Emaniel Cencic realiza un cameo de verdadero lujo. Michael Boder dirige con enorme convicción a la espléndida orquesta vienesa. Marco Arturo Marelli diseña una impresionante escenografía y dirige el drama con gran sabiduría.
Imagen espléndida, toma sonora portentosa y subtítulos en castellano. Aun así, no lo recomiendo, pese a que mi querido amigo Ángel Carrascosa, con quien tantísimas veces coincido, tiene una opinión muy diferente que pueden leer aquí.
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