No es necesario que me extienda sobre la interpretación de la misteriosa y fascinante op. 43, porque se trata de la misma toma radiofónica que comenté aquí mismo el pasado mes de mayo. O casi: aquella era de un solo día, esta otra procede de varios conciertos. En cualquier caso, y después de volver a escucharla, mi impresión es la misma. Ahora debo matizar, eso sí, apuntando que algunos pasajes del primer movimiento podrían haber estado mejor aprovechados, que no se juega lo suficiente con el peso de los silencios y que, en general, se echa de menos un poco más de atmósfera; pero también puedo y debo repetir que el tercero es magistral de principio a fin. Dicho de otra manera: un nueve para los dos movimientos iniciales, un diez para el último. La toma sonora, ya excelente en la transmisión radiofónica, es ahora espectacular escuchada en la descarga en alta definición. Un enorme logro de Nelsons, pues, a la altura de Previn y solo un paso por detrás de Rozhdestvenski y de Rostropovich, que ahí están y seguirán estando.
En el caso de la Sinfonía nº 11 la audición se me ha hecho muy cuesta arriba, en parte por la música. Si la Cuarta la tengo por una página de extraordinaria calidad, El año 1905 me parece una obra escrita con tanto oficio como escasez de inspiración: larga, reiterativa, escasa en imaginación y muy poco sincera. Cierto es que hay algún momento muy vistoso y que el tercer movimiento tiene su valor. También que no es una sinfonía tan rematadamente mala como la siguiente de su catálogo, El año 1917. Pero el conjunto solo funciona con una batuta implicadísima, y aquí Nelsons se muestra insuficiente. Construye de manera irreprochable –no es fácil mantener la tensión durante esta interminable hora–, trabaja a su fabulosa orquesta con una depuración sonora extrema y hace gala de una admirable musicalidad –nada de nerviosismo, ni de blanduras, ni de numeritos de cara a la galería–, mas su aproximación resulta en exceso distanciada, por no decir neutra o, lo que es peor, inexpresiva. Faltan atmósfera opresiva, garra dramática, calor humano, rabia interna que vaya más allá de la mera descripción de unos acontecimientos más o menos históricos… También sobran algunos detalles caprichosos (¿para qué enunciar con semejante lentitud el tema revolucucionario que introduce el primer movimiento?). En fin, escuchen a Rozhdestvenski o, mejor aún, a Rostropovich en cualquiera de sus dos aproximaciones, distintas entre sí pero ambas rebosantes de esa intensidad y esa variedad en la expresión que se echan de menos en esta lectura antes de cirujano que de comunicador. Tampoco la toma sonora, siendo de muy alto nivel, es la mejor posible: hace falta una gama dinámica todavía más amplia.
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