jueves, 14 de junio de 2018

Cuando Pierre encontró a Daniel

Pierre Boulez y Daniel Barenboim se encontraron por primera vez en junio de 1964, interpretando el Concierto para piano nº 1 de Béla Bartók junto a la Filarmónica de Berlín. Uno contaba treinta y nueve años y el otro tan solo veintiuno. El flechazo musical fue rápido, intenso y duradero. Tres años más tarde, por mediación del productor Suvi Raj Grubb y con la complicidad de la New Philharmonia Orchestra, dejaban testimonio fonográfico de su sintonía registrando los conciertos nº 1 y 3 del genial compositor húngaro para el sello EMI. Los resultados, que he tenido la oportunidad de repasar otra vez, fueron memorables.


La obra que habían interpretado juntos en Berlín recibe una interpretación negra, opresiva y asfixiante, llena de mala leche, de tensión tan poderosa como soterrada y un elevado sentido de la atmósfera. Boulez, por descontado, dirige haciendo gala de su reconocida claridad y saca un excelente partido de una orquesta soberbia cuyas maderas ofrecen ese “sonido Klemperer” tan particular. Barenboim se muestra poderoso y aborda la partitura en una línea claramente densa y combativa, si bien la comparación con lo que él mismo ha hecho muchísimo años más tarde con el propio Boulez y con Rattle deja en evidencia que por entonces no se mostraba del todo variado en el toque ni muy atento a las posibilidades líricas de la partitura. En cuanto a la claridad digital, ni en aquel momento ni ahora alcanza en esta obra la mayor posible, cosa que a mi entender importa poco porque a ningún otro solista se le ha escuchado recreaciones tan comprometidas como al artista porteño.

El Concierto para piano nº 3 también raya a gran altura, siendo una sorpresa encontrarse aquí con un Boulez poco Boulez: no solo cerebral sino también emotivo, apasionado además de analítico, elocuente antes que distanciado, lo que no significa que el maestro abandone el rigor y la precisión en la planificación, virtudes que encuentran perfecta complicidad con la portentosa orquesta de Klemperer, cuya acidez en las maderas nuevamente resulta ideal para el universo bartokiano. Pero no sorprende menos que con tan solo veinticuatro años Barenboim demuostrara ser un extraordinario recreador de esta página, aportando su sonido denso y poderoso a una visión todo lo apasionada que en él se podía esperar, como también flexible en el trazo y muy rica en lo expresivo. Añade, además, un lirismo y una poesía de altísimos vuelos especialmente presentes en un Adagio religioso que sabe asimismo ser extático y un aportar un punto agónico muy conveniente, en complicidad con un Boulez que plantea un clímax dramático muy intenso. Posiblemente hoy Barenboim ofrecería una pulsación más rica en matices y significaciones, pero no por ello esta interpretación deja de ser una maravilla. A mi entender, una de las tres grandes, junto con la de Grimaud con Boulez y la reciente de Schiff con Blomsted comentada por aquí.

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