Así las cosas, me llega la toma radiofónica de la interpretación de la Sinfonía nº 4 ofrecida el pasado 24 de marzo, que según rezan las notas al programa es la misma que editará en su momento el sello amarillo. ¿Resultados? No solo superiores a los de las anteriores entregas, sino incluso de referencia: las interpretaciones de Rozhdestvensky son más viscerales, las de Rostropovich más atmosféricas e inquietantes, pero junto con André Previn –en su ya lejano registro con la Sinfónica de Chicago– es Andris Nelsons quien mejor ha logrado sintetizar los dos puntos de vista interpretativos –el expresionista y el digamos que “gótico”–, y además haciéndolo con una técnica de batuta colosal y con una orquesta que, aun con una sonoridad poco descarnada –nada que ver sus redondos metales con las asperezas de las formaciones soviéticas–, sabe ofrecer lo mejor de sí misma.
Ya en los primeros compases, urgentes y llenos de nervio, se aprecia que no nos encontramos ante una interpretación cualquiera: la confrontación, la violencia y la denuncia implacable se mascan a cada compás, algo a lo que no es ajena la rapidez de los tempi escogidos. Pero ello, por fortuna, no significa que la claridad de la exposición se resienta. Antes al contrario, creo poder afirmar que en ninguna de las veintiocho interpretaciones que tengo en mi discoteca se escuchan tantas cosas del intrincadísimo entramado orquestal como en esta de Nelsons en Boston. Y en pocas con similar virtuosismo en la exposición. En cualquier caso, no son estas las cosas que más terminan impresionando, sino otras como la unidad del trazo global –un milagro otorga coherencia a una página tan dispersa–, la capacidad para subrayar aristas sin perder belleza sonora, la fuerza que adquieren los pasajes más tremendos –una salvajada la fuga– o lo certero en la expresión de todas y cada una de las intervenciones de unas maderas implicadas al cien por cien.
El segundo movimiento está bien paladeado, atendiendo más al misterio que al sarcasmo pero ofreciendo, paradójicamente, un clímax particularmente encendido. La disección polifónica es nuevamente de libro.
El tercero, planteado con lentitud, comienza de manera magistral: ¡qué riqueza de matices agógicos y dinámicos en el fagot! En realidad, toda la marcha fúnebre resulta sobrecogedora. A partir de ahí Nelsons se sumerge en la fantasmagoría abandonando al carácter implacable del primer movimiento y potenciando el misterio todo lo posible, sin dejar de atender a los recuerdos de juventud, los aires de baile, los juegos no siempre inocentes y las evocaciones más o menos líricas que, reflejadas por ese espejo deforme del paso del tiempo, apuntan de manera indisimulada hacia el universo mahleriano. El gran clímax, sin ser particularmente opresivo ni apocalíptico, ofrece una imponente grandeza trágica, y seguidamente la disolución se desarrolla con lentitud extrema: la respiración de la cuerda grave se va extinguiendo poco a poco hasta dejarnos con el corazón en un puño.
En la primera parte se ofrecía la Sinfonía nº 2 de Leonard Bernstein, pero la verdad es que no la he escuchado: es una obra que no me gusta. La toma sonora es espléndida para venir de la radio, ofreciendo esa amplia gama dinámica y ese gran relieve de las frecuencias graves imprescindible para hacer justicia a esta creación de Shostakovich, sin duda una de las mejores del autor. Todo apunta a que la edición en HD audio se convertirá en la que, por la calidad de la ejecución, de la interpretación y de la ingeniería, podrá considerarse como opción número uno para acercarse a esta escalofriante música.
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