Hace muchos, pero que muchos años –principios de los noventa– que conozco la
Carmen de Leonard Bernstein, aquella que fue registrada por
Deutsche Grammophon entre septiembre y octubre de 1972 al hilo de unas
representaciones en el Metropolitan de Nueva York. He vuelto a
escucharla, esta vez en el doble SACD editado por Pentatone que recupera la toma
cuadrafónica original. Y he vuelto a quedar maravillado. Porque la del
norteamericano es una realización abiertamente genial. Discutible a más no
poder, pero genial. Y un redescubrimiento en toda regla de la partitura.
Redescubrimiento en un doble sentido: en la forma y la expresión. En la
forma, porque Lenny realiza el más portentoso análisis que ningún director
haya realizado jamás, en cualquier título de ópera, de lo que está escrito en la
partitura orquestal. Líneas, texturas y colores son aquí estudiados con un
detallismo pasmoso, sacando a la luz mil y un detalles que por lo
general pasan desapercibidos y dejando bien claro el descomunal talento de
Georges Bizet a la hora de tratar el foso, desde luego muchísimo más que
un mero acompañamiento para las voces. Lo más asombroso es Bernstein lo consigue
de la manera más increíble que uno lo pueda imaginar: ralentizando los tempi
hasta el límite pero evitando que la arquitectura se venga abajo e incluso manteniendo la máxima tensión interna. La cuadratura del círculo, poco más o
menos, en esta Carmen digamos que “deconstruida”, pero cuya audición
resulta imprescindible para quien quiera comprender qué dimensión alcanzaba la
técnica de batuta del maestro norteamericano: sencillamente, la mayor posible.
Redescubrimiento en la expresión, porque esta es una lectura por completo atípica, no solo
heterodoxa a más no poder sino también rebosante de mala leche.
“¿Opéra-comique? ¿Levedad, coquetería, y colores pastel? ¡Pues os
vais a enterar!” Eso es lo que parece querer decirnos Bernstein en esta lectura
–relectura más bien– que aleja a Carmen de todo tópico sobre “lo francés”
y se zambulle en los aspectos más negros del drama. Esta obra no es para el
autor de West Side Story una historia más o menos folclorista, risueña y
amable con final trágico. Es una tragedia como la copa de un pino. Amarga,
sórdida y sin redención alguna para unos protagonistas que en absoluto son
caricaturas más o menos pintorescas, sino seres humanos arrastrados –todos
ellos– por sus más bajos instintos hacia un final que no puede ser otro que la
soledad o la muerte. De ahí la lentitud y la retranca con que el maestro expone
el celebérrimo tema del preludio; o la insólita, reveladora carga trágica que
bajo su batuta adquiere el habitualmente chispeante, alegre y luminoso entreacto último; la extrema violencia de los
momentos más encendidos de la acción, como la pelea de las cigarreras o, sobre
todo, el duelo entre Don José y Escamillo, este último perfectamente
diferenciado en sus dos mitades; o la tristeza
enorme con que reaparece el coro del “toreador” en el momento en que es
apuñalada la protagonista, seguida por un clímax terrible y nihilista a más no
poder. ¿Es esto Carmen? Quizá no. ¿Es esto Bizet? No estoy seguro. Pero la figura del malogrado compositor se engrandece de manera considerable
escuchando esta lectura.
Los cantantes. Habida cuenta de la genialidad de Bernstein casi se
podría decir que son lo de menos, pero todo el mundo sabe que en Carmen
hay que dar la talla, y aquí los dos protagonistas no la dan. Marilyn
Horne posee una voz suntuosa, y ciertamente es un placer escuchar todas
esas notas graves que están ahí y muy pocas cantantes son capaces de emitir
(¡impresionante la escena de las cartas!), pero la norteamericana no acierta con
el personaje como lo hace con sus habituales papeles travestidos. Han adivinado:
hace una Carmen algo marimacho. Y un poco ordinaria, añadiría yo. Lo de James
McCracken es más grave, porque este señor cantaba regular tirando a mal; su
emisión me parece difícilmente soportable. Tampoco se muestra como buen actor en
los diálogos. Ahora bien, no vamos a negar que le pone ganas al asunto, ni lo
bien que resuelve la escena final, en el que por fin convence por su adecuación
vocal y expresiva a la misma. Adriana Maliponte no posee una voz
interesante, pero canta bien, dice con buen gusto y sabe no ofrecer una Micaela
noña. Punto y aparte para Tom Krause: es el mejor Escamillo
que un servidor haya escuchado, imponente en lo vocal y nada vulgar en la
expresión. Solo por él, y dejando a un lado lo de Bernstein, ya habría que
escuchar este registro.
La orquesta, trabajada al milímetro en todos y cada uno de sus detalles (¡los
ensayos debieron de ser terribles!), funciona con un nivel muy superior al que
exhibiría en los años siguientes en la negra época de Levine, aunque en alguna
ocasión se nota el desencuentro entre batuta y los solistas en torno al tempo
escogido: repárese en el tira y afloja con la flauta en el bellísimo entreacto
que da paso al acto tercero. Y buen trabajo el del Manhattan Chorus,
dirigido por un jovencito hoy muy conocido que ejerció también aquí de asistente
de Bernstein: John Mauceri.
Me queda por hablar de la toma sonora, lo que me obliga de nuevo a deshacerme
en elogios:
he aquí una de las mejores tomas sonoras con que se haya grabado ópera en toda
la era analógica, cortesía del productor Thomas Mowrey y del prestigioso
técnico Günter Hermanns. Eso sí, es una realización más “de estudio” que otra
cosa, lo que significa que hay micrófonos por todos lados, los cuales atienden a todos
esos detalles que la batuta extrae de la partitura, ponen de relieve el interés
de esta por la sonoridad oscura y amenazante de los contrabajos, delinean adecuadamente las maderas y otorgan especial protagonismo a la
percusión. En este sentido, parece haber un total acuerdo entre el podio y los
ingenieros para ofrecer un producto estudiado al milímetro.
¿Aporta algo la presentación multicanal de Pentatone con respecto a la
remasterización “Emil Berliner Studios” que se lanzó en 2002? Si se posee un
lector de SACD y un equipo con al menos cinco altavoces, muchísimo. No solo
porque se gana bastante en relieve, presencia sonora y espacialidad, como era de
esperar, sino porque se hizo un uso muy abundante y convincente de los canales
traseros. Sobre todo para los teatralmente muy cuidados diálogos, que giran en
torno al punto de audición metiendo al espectador directamente en el drama
–Carmen y Don José se magrean moviéndose de un sitio a otro, por ejemplo–, pero
también para la música –la distribución de las partes corales en “A deux
cuartos” resulta más clara que nunca–, por no hablar de la inclusión de algunos efectos
especiales –coro de niños, entrada de Don José en el segundo acto, la retreta– de lo más convincentes. Habrá quien se sienta incómodo con
el sonido saliendo de todas partes, pero a mí me ha gustado muchísimo el resultado.
¿Algo más que decir? Sí: una pena que en el libreto no se incluyan más
fotografías de la producción original del Met. Me hubiera gustado saber cómo
era exactamente. En cualquier caso, disco imprescindible. A ser posible en esta
edición de Pentatone.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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1 comentario:
Deutsche Grammophon acaba de reeditarla, hace unos días apenas, en su serie de remasters tipo box set (3 cds y blu-ray audio). Remasterizada a 96kHz/24-bits, directamente de las cintas cuadrafónicas oiginales.
https://www.prestoclassical.co.uk/classical/products/8439794--bizet-carmen
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