¿Resultado de la comparación? La de Haitink sigue pareciéndome espléndida, pero no me ha entusiasmado tanto como antes en lo que a la labor del holandés se refiere: me hubiera gustado que el segundo movimiento no lo hiciera Andante, que es lo que marca la partitura, sino un poquito más lento, y que en él se desplegara un poco más de ternura, de ese lirismo íntimo y doliente que caracteriza la música brahmsiana. La de Szell la he encontrado un tanto desequilibrada, y me parece que el mítico encuentro entre el maestro de origen húngaro y los dos gigantes llegados desde la Unión Soviética no termina con una total compenetración entre sus respectivas personalidades.
Concretando un poco, creo que la dirección de Szell es magnífica en los movimientos extremos: decidida y vibrante, viril en el mejor de los sentidos y marcada por un admirable aliento dramático, mas sin dejar que el apasionamiento se lleve por delante la arquitectura, pues todo está controlado por una batuta férrea y de admirable capacidad analítica. El Andante, por el contrario, se lo pasa por el forro: superficial, sin emotividad alguna y dicho de pasada. Ese gigante que fue David Oistrakh –quizá mi violinista favorito– sintonizó con el maestro en lo bueno y en lo menos bueno, lo que significa que hubo intensidad a raudales pero también que resultará preferible Perlman por su muy superior atención a los aspectos líricos de la página. Y Rostropovich, sencillamente, no pudo ser él mismo junto a estos dos señores: su sonido es bellísimo pero no encuentra la ocasión de cantar con el tierno humanismo que le caracteriza, cosa que sí podrá hacer diez años más tarde con Haitink.
En conclusión, un registro con cosas sensacionales, pero no a la altura de los genios que lo protagonizan.
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