Después de los ataques recibidos a raíz de dos entradas de este blog en las
que me reafirmo plenamente sin quitar una sola coma (leer aquí
y aquí),
me había prometido a mí mismo no volver a escuchar a la Orquesta Barroca de
Sevilla. Tras descubrir lo que opinan de mí y cómo se las gastan estos
señores, me resulta muy desagradable ir a verles. Sin embargo, no sin pensármelo muchísimo, acudí ayer a su concierto del Teatro de la Maestranza en
el que las mezzosopranos Ann Hallenberg y Vivica Genaux ofrecían
arias de Haendel y Vivaldi. La razón se resume en un nombre: Diego
Fasolis. Una vez tuve entrada para escucharle al frente de la Sinfónica de
Sevilla, con un precioso programa que incluía el Gloria de Vivaldi y el
Réquiem de Fauré. Llegué a la puerta y el evento se había suspendido. Era
de esperar: estoy hablando del tristísimo 11 de marzo de 2004, día del atentado
islamista en Atocha que nos dejó 193 muertos. Desde entonces, y aunque al final le pude escuchar en Úbeda precisamente con la OBS, había estado deseando verle en el Maestranza.
Pero no se trataba solo de quitarme la espina: es que el maestro suizo me
parece un músico de un talento extraordinario, uno de los mejores directores del
momento más o menos especializados en el repertorio barroco, a la altura de un
King, un Koopman y un Goebel, quizá superior también a Jacobs, y desde luego
mucho más interesante que los Gardiner, Herreweghe, Biondi, Manze o Suzuki, por
citar solo unos pocos. Por no hablar, claro está, de blufs como Minkowski,
Antonini o ese horripilante Enrico Onofri –el summum de la pretenciosidad
hortera– al que la OBS adora. Fasolis sí que es grande. Grandísimo. Y si en su
Bach a veces se le pueden poner reparos, en Vivaldi no hay quien le tosa:
probablemente el mejor de todos los recreadores de la música del petre
rosso que se hayan conocido.
¿Cuál es el secreto de nuestro artista? ¿Es acaso más moderado en sus
planteamientos filológicos que algunos colegas? ¿Tal vez busca un punto de
encuentro entre la tradición y los actuales conocimientos sobre organología,
articulación y ornamentación, a la manera de ese gran músico hoy un tanto
olvidado que es Trevor Pinnock? En absoluto. Fasolis es historicista como el que
más. Sabe ser muy ágil, ofrecer la incisividad adecuada, subrayar los contrastes
y ornamentar con fantasía. El barroco es barroco, y como tal debe ser tratado. Y
concretamente el barroco en tierras italianas –permítanme que incluya en este la
creación operística del autor de El Mesías– necesita un alto grado de
agilidad, de luminosidad, de frescura y de goce dionisíaco, como también un
punto de desbordamiento y hasta de extravagancia. Nuestro artista ofrece todo
ello a manos llenas. Pero su gusto, aquí está la diferencia, es exquisito. La
referida extravagancia es eso, hacer las cosas de manera particularmente
original o inesperada. No un desmadre en la que se deforma la partitura hasta
extremos demenciales y se convierte la audición en una montaña rusa en la que
resulta muchísimo más importante el efecto puntual de la subida y la bajada
vertiginosas que gozar de las vistas y apreciar cada uno de los detalles del
recorrido. La agilidad y la luminosidad son asimismo lo que indican dichos
términos, no un fraseo a base de saltitos frivolones en el que lo grácil se
confunde con lo excesivamente aéreo y lo animado con lo repipi. Y la
contemplación más o menos sensual, más o menos llena de congoja, que asociamos a
los pasajes más introvertidos del barroco italiano, no consiste en adelgazar el
sonido al límite y frasear con insinceros jipidos más propios de una folclórica
desatada que de la excelsa escritura vivaldiana.
Hay aun algo más, creo que decisivo. Al contrario que algunos –o muchos– de
sus colegas, Fasolis reivindica plenamente la cantabilidad de la música
barroca. Mientras otros se empeñan en quebrar una y otra vez la línea música
(“dotar al fraseo de las inflexiones de la voz humana” llaman a esto) y en pegar
carreritas sin sentido para luego caer en laxitudes extremas, el fundador de I
Barrocchisti crea amplios arcos melódicos bien construidos en sus tensiones,
acentuados con enorme sensatez y de enorme vuelo poético en los que el legato,
ese al que tanto miedo tienen los temerosos de “contaminaciones wagnerianas”, es
también parte del discurso. Fasolis canta con su batuta –bueno, con sus brazos–,
y lo hace con tanta calidez como sensibilidad. En cuanto al bajo continuo, de
nuevo demuestra que la riqueza de timbres y ornamentaciones no está reñida con
la musicalidad: su clave fue en este sentido prodigioso, el órgano de
Alejandro Casal estuvo muy bien integrado y los dedos de Juan Carlos
de Mulder mostraron una sensibilidad exquisita. En realidad, toda la Barroca
de Sevilla estuvo excelsa, empastada y equilibrada entre secciones como pocas
veces la haya escuchado, con una cuerda que no necesitaba sonar áspera –por el
contrario: bellísima– y beneficiándose de la soberbia intervención del fagot de
Marta Calvo en el sublime "Scherza infida" haendeliano.
Ann Hallenberg y Vivica Genaux planteaban de manera
indisimulada una recuperación de los duelos de divas barrocas. Habrá que
compararlas, pues. Me gusta mucho más la voz de la sueca: más llena de carne,
más sensual en el timbre, más holgada en el grave y, desde luego, mucho más
poderosa a la hora de correr por la sala. La de la norteamericana posee menos
riqueza de armónicos, no es tan homogénea –aunque utilizó de manera muy
inteligente los cambios de color para subrayar la expresión– y tiene menor peso.
Aunque esto último no significa que Genaux logre mover su instrumento con mayor
agilidad que su colega: tanto una como otra poseen un dominio extraordinario de
la coloratura. Lo más interesante es que con ninguna de las dos estas agilidades
suenan mecánicas ni cuadriculadas–nada que ver con la ametralladora
Bartoli–, sino naturales y plenas de musicalidad.
En cualquier caso, en lo que verdaderamente sobresalen Hallenberg y Genaux es
en el canto legato (¡otra vez la dichosa palabreja!), lo que a su vez tiene no
poco que ver con el asombroso dominio de la respiración que tienen estas dos
señoras. Al lado de los fuegos artificiales, las artistas frasean con una
efusividad a flor de piel que no conoce la menor caída en languideces ni en
amaneramientos. Y si la ahora muy artista Genaux –queda muy lejos su presencia
en el Maestranza para aquella recuperación de la olvidada y olvidable Alahor
in Granata– hizo volar las melodías de Antonio Vivaldi con esa maravillosa
mezcla de sensualidad, voluptuosidad y emoción con que cantaba el violín de la
grandísima Pina Carmirelli, la mezzo sueca rozó el cielo, con un perfecto
control de los medios que incluida efectivos pero nada narcisistas reguladores,
ofreciendo profundo pathos y emotividad tan contenida como lacerante en las
magistrales páginas haendelianas.
El público reaccionó con desbordado entusiasmo al terminar un concierto que
solo puedo calificar de excelso. Si el lector está en Madrid y a tiempo de
pillarlo, la tarde de hoy domingo 21 tiene la oportunidad de asistir a su
repetición en el Auditorio Nacional.
Ah, permítanme terminar con una noticia que no es de El Mundo Today, sino de Diario de Jerez: Isamay Benavente, directora del Teatro Villamarta, anuncia que Ainhoa Arteta debutará el rol de Carmen en febrero de 2019. Por supuesto, la producción será la que se encargó a sí mismo Francisco López cuando llevaba las riendas del teatro jerezano. Sin comentarios.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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3 comentarios:
Ahora que lo dice, yo tuve hace años un encontronazo con un tipo de la OBS que era de mucho cuidado. Un chulo, prepotente y agresivo que militaba en cierto partido (el PRI andaluz). Hace de eso unos 20 años, y no me extrañaría que siguiera por ahí.
Vaya tela. Un amigo melómano y discófilo que frecuentaba cierto foro me aseguraba hace tiempo que en Sevilla había un núcleo duro de la "kale barroka" bastante agresivo en la red. Tuvo que dejarlo asqueado del ambiente que allí se cocía. Aunque al parecer el más "peligroso" de todos ellos no era un un músico (al final uno termina sabiendo quién anda detrás de cada nick, claro está), no sería de extrañar que el miembro de la OBS al que usted se está refiriendo participara asimismo en ese círculo. A la vista está el tono utilizado por alguno de los anónimos, o no tan anónimos. Un saludo, Nemo.
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