En la Cuarta, el maestro apuesta por lentitudes no celibidachianas pero sí considerables (73’09’’ frente a los 67’41’’ del referencial registro de Böhm en Viena) que le plantean problemas a la hora de levantar el edificio sonoro y, sobre todo, de otorgar continuidad al mismo. Es precisamente por lo que el primer movimiento resulta un conjunto de secuencias muy bellas yuxtapuestas una detrás de la otra sin alcanzar verdadero sentido orgánico. En el segundo la batuta apuesta por la seducción, pero su enfoque resulta en exceso ensimismado, atento a la contemplación pero no a los conflictos dramáticos, desarrollándose sin toda la fluidez deseable, por no decir que con excesiva parsimonia; el gran clímax puede apabullar en lo sonoro, pero no se encuentra del todo bien preparado. El Scherzo está francamente bien, aun echándose de menos garra y extroversión y llegando a ser molesta la excesiva blandura con la que Thielemann plantea el trío. En el cuarto se alternan momentos espléndidos con pasajes excesivamente rebuscados, culminando en una coda majestuosa pero sin fuerza visionaria, antes externa que sincera.
En la Séptima la batuta vuelve a tomarse las cosas con calma (72’04’’ frente a los 68’36’’ de un Solti/Chicago en 1986 o los 71’41’’ de Barenboim con la Filarmónica de Berlín) para optar por la delectación melódica, recrearse en la belleza sonora y apostar una inequívoca pose de trascendencia. Pero lo cierto es que tampoco logra dotar de continuidad al primer movimiento, un tanto plúmbeo por no decir aburrido. La parsimonia vuelve a hacer su aparición en un Adagio muy paladeado pero más contemplativo que doliente, e incluso por momentos un punto dulzón; como en la Cuarta, el clímax apabulla sin terminar de resultar visionario. Magnífico el Scherzo, viril y decidido, en el que el maestro demuestra manejar las masas sonoras con apreciable plasticidad. Grandioso e imponente un Finale en el que Thielemann no logra ocultar su búsqueda de la opulencia a toda costa, resultando a la postre un tanto hinchado y culminando en una coda de puro desmelene decibélico. Yo resumiría en una palabra este Bruckner: pretencioso.
Las respectivas tomas sonoras, realizadas en Baden-Baden haciendo uso de un surround auténtico, son soberbias por definición, relieve, gama dinámica y sentido espacial, y recogen a las mil maravillas la amplia gama dinámica que esta música necesita.
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