O tal vez la culpa no sea de mis oídos, porque lo que también “en modo instrumentos originales” hicieron en esta obra Viktoria Mullova y Alina Ibragimova –con Gardiner y Jurowski respectivamente–, aun distando ambas de convencerme, me parece mucho menos malo que lo de la señora Faust. No, no es cuestión de que haya mayor o menor cantidad de sonidos fijos o de ataques bruscos. Es cuestión de sensibilidad. O más bien de honestidad, porque yo aquí lo que veo es una mezcla de cursilería, pedantería y excentricidad camuflada como recuperación de “recursos expresivos sin explotar hasta ahora” –eso reza la carátula– que presuntamente fueron arrinconados por la tradición. Esa tradición en la que se incluyen nombres como los de Menuhin, Szeryng, Mintz, Mutter o Chung, es decir, los que a muchísimos melómanos nos siguen pareciendo recreadores verdaderamente excelsos de esta no menos gloriosa página.
Pablo Heras-Casado parece sentirse mucho más cómodo en el universo de Mendelssohn que en el Robert Schumann, compositor al que en sus tres discos a él dedicados destroza a base de espasmos sonoros, asperezas diversas y grotescos excesos teatrales, pero aun así se muestra muy irregular. Ya tenía grabadas algunas de sus sinfonías en un par de discos que comenté en su momento: uno con esta misma Orquesta Barroca de Friburgo conteniendo Escocesa e Italiana, y otro con la Radio de Baviera interpretando la Lobgesang. En este lanzamiento que nos ocupa se incluyen, además del Concierto para violín con la Faust, la Sinfonía nº 5 “de la Reforma” y La Hébridas. Por razones obvias, las maneras se encuentran más cerca del primero de los discos que del segundo: ataques muy secos, fraseo más bien rígido, contrastes dinámicos exagerados, buenas dosis de rusticidad sonora y una expresión vibrante que se centra en los aspectos tempestuosos de la música mendelssohniana dejando un tanto de lado lo que ésta tiene de sensualidad y de magia embriagadora, al tiempo que se cae con frecuencia en el exceso de nervio, por no decir en la precipitación. La huella de Harnocourt y Gardiner resulta evidente.
Concretando un poco, la dirección del Concierto para violín me parece más bien mediocre; con la Faust al lado tampoco es que se pueda ir muy allá. La lectura de Las Hébridas resulta atractiva mucho antes por su carácter escarpado que por su poesía, más bien escasa: el maestro granadino lo hizo mucho mejor con la Filarmónica de Berlín. Y curiosamente es en la Sinfonía nº 5 donde mejor salen las cosas: viril y decidida en los movimientos extremos, salpimentada sin rastro de frivolidad en el segundo movimiento, solo encuentro reprochable en esta recreación la falta de hondura, de esa particular mezcla de sensualidad y amargor que los pentagramas desprenden, en un Andante al que quizá no le convenga la sonoridad ácida y sin vibraciones de la cuerda de Friburgo. Orquesta que en el resto de la obra ofrece una tímbrica rústica no precisamente depurada –tampoco parece esa la intención del maestro–, pero sí atractiva e interesante por cómo conecta esta partitura con universos musicales que tampoco estaban tan lejanos en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario