La interpretación del Concierto es un perfecto ejemplo del nivel medio de un Mehta más gran artesano que verdadero artista. La concertación es irreprochable y el director indio saca excelente provecho de una orquesta opulenta cuya sonoridad es ideal para la obra, pero ni en depuración sonora, claridad, color, sentido del ritmo y potencia expresiva su trabajo se puede equiparar al de los más grandes. Hay que destacar, en cualquier caso, un excelente olfato para recrear los aspectos más escarpados de una Elegía antes dramática que atmosférica y el “cachondeo” de un Intermezzo interrotto particularmente golfo –no así sus secciones líricas, desaprovechadas-, como también las texturas tempestuosas antes del final. La toma sonora, realizada en la Philharmonie, resulta un punto difusa, aunque su bajo volumen permite lucir una amplitud dinámica espectacular.
Ya desde el arranque de El mandarín maravilloso queda claro que Mehta se va a sentir aquí mucho más cómodo, ofreciendo una lectura particularmente agitada y virulenta, repleta de ritmo y dotada de un colorido áspero e hiriente de lo más adecuado y atractivo, desplegándose asimismo una dosis muy considerable de garra y de sentido teatral. Eso sí, le tendencia a la espectacularidad e incluso a cierto escándalo gratuito queda muy en evidencia por parte de una batuta que se recrea en las infinitas posibilidades de una orquesta repleta de solistas prodigiosos. Soberbia toma sonora, realizada esta vez en la Jesus-Christus Kirche.
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