La España de Chabrier conoce rutilante recreación que destaca por su frescura, jovialidad y entusiasmo, por su sentido del humor e incluso por su salero mucho antes español que francés, así como por una tímbrica muy clara e incisiva, valiente e incluso un punto áspera, que se aparta de la tradición francesa y subraya los claroscuros de la escritura. El Capricho español sigue la misma línea, vistosa y festiva a tope. Ahora bien, las variaciones lentas no están todo lo paladeadas que debieran, pudiéndose pedir un punto más de sensualidad, de atmósfera, incluso de magia, aunque desde luego el trazo es muy fino y la sonoridad un tanto descarnada que el maestro extrae de la London Symphony no deja de tener su atractivo.
La página de Granados está dicha con más vehemencia que ensoñación o vuelo lírico, aportando la batuta un punto de desazón que parece muy adecuado. En cuanto a las Danzas españolas de Moszkowski, se trata de una música tan entretenida como banal que el maestro cántabro interpreta de la mejor manera posible, es decir, con brillantez bien entendida, mucha chispa y convicción plena.
En CD se completa con las Images pour orchestre de Claude Debussy registradas con la Orchestre de la Suisse Romande en mayo de 1957. Interpretación vivaz, extrovertida y con electricidad, dicha con trazo muy preciso y ricas en contrastes, pero no muy centrada en el estilo: ni la tímbrica, aun siendo rica, es la más adecuada para este repertorio, ni su trazo anguloso el más conveniente para Debussy. En este sentido, lo que más defrauda es Iberia: demasiado nervio, escasa concentración, sensualidad limitada. Su sentido del humor, algo agrio, tampoco acaba de convencer, y la magia poética no termina de destilarse. Mejor Gigues y Rondes de printemps.
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