Jerry Goldsmith, por su lado, intentó en el título original llevar más lejos que nunca en su carrera la integración de los sintetizadores en la orquesta; no terminó de lograrlo, y de hecho la tímbrica chirriaba un poco, pero ofreció dos temas memorables, el muy tierno de Gizmo y el gamberro Gremling rag. En la segunda parte, y habiendo escrito por medio títulos tan inspirados como Supergirl, Legend o Lionheart, alcanza ya la plena madurez en la fusión entre electrónica y sonido orquestal, y lleva a su máxima expresión una idea que había venido experimentando en sus partituras para Link y Hoosiers: añadir ritmos electrónicos pop atractivos para el público juvenil.
El resultado, la partitura de Gremlins 2: la nueva generación, fue una obra maestra llena de inventiva, de garra y de sentido del humor, más original que ninguna otra de Goldsmith en lo tímbrico –soberbio trabajo orquestador de su habitual Arthur Morton– y deliciosa en sus dos nuevos temas, el siniestro asociado con el doctor que encarna Christopher Lee y el muy lírico –en exceso, pues los personajes se prestan a trazos más caricaturescos– dedicado al matrimonio Futterman. Por supuesto, olvídense ustedes de toda seriedad: esta es ante todo música para divertirse, y quien no esté dispuesto a asumir que en más de un momento suena a versión pop de La consagración de la primavera, mejor que no pierda el tiempo. Yo, desde luego, me lo sigo pasando en grande.
Desdichadamente, la edición discográfica realizada por Varése Sarabande se atenía a las rácanas duraciones con que por entonces solían editarse las bandas sonoras. Inesperadamente, con motivo del 25 aniversario del filme el sello norteamericano nos sorprende con una nueva edición extendida hasta la hora y diecisiete minutos. ¿Merece la pena?
Para quienes admiramos a Goldsmith, rotundamente sí: aunque en la edición de 1990 no faltaba nada importante, aquí hay mucha más música que, lejos de resultar repetitiva, nos entrega más y más hallazgos del inolvidable compositor. Se incluyen además todas las referencias musicales del desmadradísimo final de la película –de Gershwin a Wagner pasando por Kander y Ebb–, además de la secuencia de los dibujos animados escrita por Fred Steiner y los breves fragmentos diegéticos a cargo de Alexander Courage. La música de Goldsmith, además, se incluye por fin en el orden correcto de aparición en la película. Total, una fiesta.
Ah, una curiosidad: en 1993 escuchamos a Goldsmith en persona en el Teatro de la Maestranza dirigir los títulos finales de esta partitura. ¡Qué tiempos aquellos!
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