Kirill Karabits (Kiev, 1976) anda haciéndose un hueco entre los jóvenes directores importantes del momento. Como titular de la Sinfónica de Bournemouth ha grabado ya ocho compactos, dos de ellos como arranque de una integral de las sinfonías de Prokofiev. Como estas me interesan muchísimo, me he hecho con el primero de la serie, registrado en julio de 2013 por el sello Onyx con una toma sonora de apreciable claridad pero no del todo equilibrada. El contenido nos permite calibrar cómo el maestro ucraniano se enfrenta a dos obras muy distintas entre sí: la Tercera sinfonía, en realidad suite sinfónica de la ópera El ángel de fuego, nos ofrece la vertiente más escarpada y explosiva del autor, destilando además un aroma a sexualidad enrarecida y a azufre demoníaco de lo más atractivo, mientras que la Séptima, lejos de ser la obra inocente e infantil que algunos pretenden, no es sino una acongojante confesión personal cargada de la más intensa y sincera melancolía.
¿Resultados? Bajo la batuta de Karabits, la Tercera recibe la interpretación expresionista por excelencia, incisiva y visceral, que engancha desde la primera a la última nota tanto por su tensión interna magníficamente controlada –hay decibelios y descargas electrizantes, sí, pero no brocha gorda– como por la claridad con que el maestro revela la cuidadosa orquestación de la obra. Ahora bien, la comparación con otras interpretaciones deja bien claro que Karabits deja en exceso al margen la sensualidad al mismo tiempo atmosférica y ominosa que proponen los pentagramas, pasando de largo frente a numerosas frases que podían estar más trabajada y no logrando desarrollar el peculiar ambiente, digamos que de “pesadilla erótica”, de la ópera El ángel de fuego. Versión brillante pero superficial, pues.
En la Séptima sinfonía la claridad vuelve a ser un punto fuerte. Hay además un rico sentido del color –adecuadamente incisivo–, agilidad, fluidez, buen sentido teatral y una dosis muy bienvenida de sal y pimienta, consiguiendo notables resultados con la animación, la chispa y la ironía de los movimientos pares. Por desgracia, a Karabits se le escapa el lirismo trágico de la página, ese mismo que Rostropovich puso de relieve en su memorable grabación para Erato (lo confieso, uno de mis cuatro o cinco discos para una isla desierta) cantando las melodías a la manera tchaikovskiana, cargando de desesperación a los clímax y conduciendo la partitura hasta un final desolado: tras la desgarradora reaparición del tema lírico del primer movimiento, terrible constatación de que toda felicidad vivida en el pasado es ya irrecuperable, la soledad y la muerte se presentan como fin ineludible. Karabits parece no comprender el nihilismo de los pentagramas y se queda a medio camino.
A destacar la circunstancia de que este registro incluya como apéndice el “final feliz” de la obra. Ya he escrito en alguna ocasión como fue Rostropovich quien me contó, en una firma de autógrafos en Sevilla, que Prokofiev incluyó la coda con el único fin de ganar un concurso, pidiendo al violonchelista que tras su fallecimiento amputase estos insinceros compases. Karabits no se atreve a ofrecer el happy ending en un mismo track, y por ende lo incluye de manera separada, pero lo cierto es que el enfoque de su interpretación parece demandarlo: a quienes, como el maestro ucraniano, vean más luces que sombras en esta obra, su presencia les será bienvenida. Permítanme que a mí esta recreación, con la coda o sin ella, me parezca insuficiente. Del uno al diez, un 8 para la Tercera y un 7 para la Séptima.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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