viernes, 30 de enero de 2015

Ravel por López-Cobos: buen estilo y poco más

Estos días ando buceando un poco –en el poco tiempo libre del que dispongo últimamente– por el universo interpretativo raveliano. Así he llegado a este compacto registrado en marzo de 1988 para el sello Telarc en el que Jesús López-Cobos se pone al frente de la Sinfónica de Cincinatti para dar buena cuenta de su incuestionable sintonía con el universo francés en general y con la música de Maurice Ravel en particular, pero también de esas limitaciones como intérprete que bien conocemos los que le escuchamos con cierta asiduidad en su gris etapa en el Teatro Real.

Ravel Lopez Cobos

Realmente jubilosa la Alborada del gracioso, llena de vida y de alegría, rutilante en una introducción que subraya con propiedad los rasgos guitarrísticos de la orquestación, pero que pasa por completo de largo ante las posibilidades poéticas de la sección central y termina siendo algo escandalosa en el tercio final, circunstancia a lo que no es ajena una toma sonora que acentúa los rasgos más tópicamente españoles de la obra.

De la Rapsodia española el maestro zamorano ofrece interpretación bien trazada, cuidadosa y dicha con buen gusto, pero un tanto escasa de atmósfera, de sensualidad y de vuelo poético. También bastante impersonal, a decir verdad. Y es que los efectismos de la toma no pueden ocultar la etiqueta de “Made in USA”.

Notable los Valses nobles y sentimentales: sin duda las maneras de hacer del maestro zamorano le hacen sentirse como pez en el agua en esta obra que demanda elegancia, refinamiento, colorido delicado y levedad bien entendida, al tiempo que cierto sentido de la ensoñación, pero aun así se queda algo corto tanto en elevación poética como en variedad expresiva.

La valse se encuentra dicha con propiedad y excelente gusto, con sentido de la elegancia francesa pero sin pasarse en evanescencias. Tampoco en efectos de cara a la galería, menos mal. Eso sí, quitando algún detalle creativo muy aislado que no termina de convencer, el resultado es un tanto impersonal, incluso rutinario, carece del suficiente misterio y no ofrece mucho arrebato en los clímax; también se echa de menos una arquitectura de tensiones y distensiones más trabajada. De nuevo se ponen en evidencia las desigualdades de la toma: los graves son impresionantes pero la atmósfera es algo turbia.

El Bolero, finalmente, conoce una muy notable recreación, francesa en el tradicional sentido del término, curvilínea y generosa con los glissandi, aunque los solistas no terminen de unificar criterios. La batuta lleva el tempo con absoluta precisión y planifica bien el crescendo, con algún escalón algo más evidente de la cuenta pero en cualquier caso efectivo, hasta llegar a un final con suficiente fuerza en el que, lástima, sobra algún efectismo. La amplia gama dinámica de la toma sonora –aquí sí que termina de convencer– contribuye a la bondad de los resultados.

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