La primera vez que escuché a Leticia Moreno fue en diciembre de 2009, interpretando la
Sinfonía Española de Lalo junto a Josep Pons y la Nacional de España. En aquel momento me pareció que la violinista madrileña tenía un enorme talento y así lo hice constar
en este blog. Le perdí la pista hasta que el año pasado apareció editado por la división ibérica de Deutsche Grammophon y bajo el patrocinio de la Fundación BBVA –si un banco no pone el dinero, no hay nada que hacer– un compacto llamado
Spanish Landscapes con obras para violín y piano de Granados, Falla, Turina y compañía; en su momento no lo pude escuchar. Hace pocas semanas recibí, para realizar la crítica en
Ritmo, un nuevo CD en el sello amarillo: el
Concierto nº 1 de Shostakovich junto a Yuri Temirkanov y la Filarmónica de San Petersburgo. Me ha decepcionado relativamente, y ello me obliga a plantearme si recibí una impresión errónea en mi primer contacto con la artista.
Me he hecho por fin con
Paisajes de España, a ver si aclaro un poco las ideas. Y lo he conseguido parcialmente: el disco, grabado en Berlín en febrero de 2013, es estupendo. Solo se me ocurre como reparo que el sonido a veces no es todo lo firme que uno quisiera, porque desde cualquier otro punto de vista se confirma que esta señorita es una gran artista, al menos en este repertorio. Efectivamente, en Shostakovich no termina de planificar las tensiones de manera orgánica ni de profundizar en la extrema dureza de los pentagramas, pero el bellísimo
Poema de una sanluqueña de Joaquín Turina con que se abre el anterior disco ofrece una recreación tan hermosa como incandescente, rica en claroscuros dramáticos y llena de “magia andaluza”, sin dejar de estar atenta a las deudas con el mundo impresionista. La
Suite Populaire Espagnole de Manuel de Falla, en realidad seis de sus
Siete canciones populares transcritas por Paul Kochanski, reciben una lectura llena de salero, garbo y duende; no se puede ser más rematadamente española. La nana, delicadísima y llena de ternura.
En la
Sonata para violín y piano de Enrique Granados, Leticia Moreno despliega un romanticismo de altos vuelos en el que el vuelo melódico y la incandescencia poética se dan de la mano. La pianista Ana María Vera demuestra ser algo más que una simple acompañante, porque su toque es rico en colores y volúmenes, apasionado en temperamento y sensible a un diálogo en igualdad de condiciones. Espléndida
la Danza nº 5, andaluza del mismo autor.
En la
Serenata a Dulcinea de Ernesto Halffter nuestra artista demuestra dominar a la perfección el arte del pizzicatto, obteniendo colores guitarrísticos de lo más apropiados, por no hablar de la frescura con que aborda la deliciosa obrita; justo la misma frescura con la que interpreta el no menos encantador
Sonetí de la Rosada de Eduard Toldrá. Irreprochables las dos transcripciones realizadas por Kreisler, la
Danza de La vida breve y el
Tango de Albéniz. Adecuadamente gitana se muestra la madrileña en esa simpática tontería que son los
Zigeunerweisen de Sarasate, para luego volver a derrochar sensibilidad en la
Nana de Sevilla –en arreglo de la propia Leticia Moreno– que cierra este hermoso y emotivo disco.
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