domingo, 2 de noviembre de 2014

Violonchelista a seguir, director a evitar

El británico Michael Thomas ya había pisado las tablas del teatro jerezano como primer violín del Cuarteto Brodsky, que lideró durante nada menos que veintisiete años. En aquella ocasión acompañaba a Elvis Costello en sus sugerentes Juliet Letters. Ayer lo hizo en calidad de director frente a la Filarmónica de Málaga, en un programa que incluía el Concierto para violonchelo nº 1 de Shostakovich y la Tercera sinfonía de Beethoven, en un concierto que hay que celebrar en el sentido de que supone el regreso de la música sinfónica al Villamarta. Los resultados artísticos, por desgracia, fueron muy desiguales: buenos en la primera parte, deplorables en la segunda.


A Thomas yo le había escuchado como director en Almería, hace ya muchos años, en un concierto donde se interpretaba, entre otras cosas, la banda sonora de Shostakovich para el Hamlet de Kozintsev. Recuerdo que no me gustó en absoluto, y por eso me ha sorprendido su dignísima labor dirigiendo la op. 107: es verdad que se echó de menos tensión interna, que faltaron matices y que el equilibrio de planos no estuvo del todo conseguido, pero el artista británico tuvo clarísimo el sentido expresivo de la partitura –sarcasmo y virulencia ahogando un intenso dolor existencial–, recreó con acierto la fantasmagoría del Moderato y acertó por completo en el tratamiento de las maderas, que sonaron como tienen que sonar en Shostakovich. Lo que no logró es que la Filarmónica de Málaga estuviera a la altura: su sonido es muy pobre, el empaste deja que desear (¡ay, esos violines!) y la trompa se las ve y las desea para resolver su dificilísima parte en esta partitura.

El solista era un joven sevillano llamado Víctor García. Con veinte años de edad y un currículo necesariamente breve, todo apuntaba a que se iba a estrellar contra la obra. Pues no: aunque su sonido a mí no me gusta demasiado (amplio volumen pero timbre digamos que “nasal”), y ciertamente aún puede ahondar en la partitura sacándole mayor partido a determinadas frases y controlando más su temperamento, nos encontramos ante un artista de categoría, que no solo toca bien y hace gala de buen gusto (nada de las blanduras en la que incurren en esta obra artistas mucho más famosos), sino que además se muestra muy apasionado, muy expresivo y muy sincero. ¡Bravo! La propina bachiana, dicha sin apenas vibrato, resultó muy esencial pero en exceso sobria, no logrando hacerme olvidar en modo alguno la soberbia interpretación que de las seis suites ofreció Pieter Wispelwey en este mismo escenario hace ya tiempo.

La obra beethoveniana también tenía precedentes en el Villamarta: la dirigió nada menos que Yehudi Menuhin, creo que recordar que de manera digna, y hace algunos años la destrozaron un director y una orquesta cuyos nombres he conseguido olvidar. Esta Heroica de ayer sábado 1 de noviembre ha sido aún peor. No es ya que no sonara a Beethoven o que faltase una idea expresiva detrás (o sí la había: equivocadamente apolínea y amable). El problema principal es que no hubo ni matices ni tensión interna. Lo primero, porque a Thomas no se le ocurren ideas interesantes o, sencillamente, porque no domina el universo beethoveniano. Lo segundo, porque este señor parece carecer de técnica de batuta adecuada para levantar un edificio sonoro de semejantes dimensiones.

Así las cosas, el primer movimiento de la sinfonía comenzó digamos que sonando bonito, pero en seguida quedó claro que todo quedaba en la superficie: faltaban garra, electricidad, sentido de los contrastes, emotividad... La marcha fúnebre resultó plana, flácida y aburrida a más no poder. El Scherzo al menos se quedó en la gris corrección. Y el cuarto movimiento fue un desastre: mal tocado, mal hilvanado en la sucesión de variaciones –alguna de ellas dicha con pésimo gusto– y carente de aliento poético. Como espero no volver a escuchar una cosa así, procuraré mantenerme alejado de las orquestas –la Bética Filarmónica entre ellas– de las que Michael Thomas es titular. Que le disfruten sus admiradores, que en esta tierra parecen ser unos cuantos.

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