He escuchado recientemente dos discos protagonizados por sendos jóvenes pianistas que me han causado honda impresión. El primero lo interpreta Javier Perianes, ofreciendo cuatro sonatas de Beethoven bajo el título Moto perpetuo en lecturas personales, arriesgadas -los tempi a veces son muy lentos, maravillosamente lentos- y desde luego reivindicadoras, frente a la tendencia banalizadora que parece imparable, de la faceta más honda y humanística del autor. He aprovechado la ocasión para ponerme a hacer comparaciones: artistas como Backhaus, Kempff, Richter, Gilels, Brendel, Pollini, HK Lim y por supuesto Barenboim, entre otros, están desfilando en mi equipo de música con las mismas sonatas al tiempo que vuelvo a escuchar las recreaciones del onubense. No he terminado aún, porque Beethoven es mucho Beethoven y me apetece profundizar en estas obras. Ya escribiré extensamente sobre el asunto más adelante. De momento puedo decir que Perianes no solo da la talla: es que está por encima -en ocasiones muy por encima- de la mayoría de los citados. Rían, rían si quieren, pero no dejen de escuchar el compacto.
Sobre lo que sí quiero decir algo ahora, aunque sea brevemente, es sobre el otro disco: el Chopin Album de Lang Lang recién publicado por Sony. La verdad, habiéndole escuchado al chino algunas cosas muy flojas no me esperaba algo tan absolutamente genial como lo que hace con los Doce estudios op. 25. Ante todo, esta interpretación es una demostración del más deslumbrante virtuosismo, no ya en lo que a agilidad digital se refiere -que también-, sino sobre todo en la capacidad para modelar el sonido en los volúmenes más extremos, los colores más variados y las texturas más atractivas. Pero es también testificación de que, cuando no se deja llevar por el mero exhibicionismo, Lang Lang es un portentoso (re)creador musical, toda vez que aquí aporta una imaginación tan fértil como llena de musicalidad y compromiso expresivo para convertir a estas breves páginas presuntamente didácticas en un extrovertido -pero no por ello menos bien paladeado- recorrido por todo el universo expresivo de Chopin, desde lo galante, lo coqueto, lo bienhumorado y hasta lo trivial en el buen sentido hasta lo más abiertamente dramático (tremendo el nº 7), pasando por ese delicado y melancólico lirismo propio del autor. Y lo hace, además, con un fuego, una pasión y una convicción realmente implacables, pero sin dejar -y esto es lo más asombroso- que las mismas afecten lo más mínimo a la concentración y naturalidad en el fraseo, a la claridad de líneas ni a la atención al matiz expresivo.
El resto de la grabación -por cierto, extraordinaria desde el punto de vista técnico- incluye los Nocturnos nº 4, 16 y 20, el Gran vals brillante op. 18, el Vals del minuto y el hermoso díptico Andante spianato y gran polonesa brillante. En todas estas obras el pianista chino logra el milagro de convencer con lecturas de carácter eminentemente salonesco, porque lo hace en el mejor sentido del término, esto es, sin confundir lo apolíneo con lo soso, lo elegante con lo amanerado, lo ligero con lo insustancial, lo delicado con lo blando o lo coqueto con lo cursi. Y todo ello lo hace, además, a través de una pulsación riquísima en acentos, manejando el rubato como solo lo hacen los más grandes y aportando cuando corresponde -sobre todo en los nocturnos- una enorme concentración para paladear las melodías. Todo esto se lo cuenta a ustedes mejor que yo Ángel Carrascosa en su blog. Un servidor se conforma con insistir en que por una vez no desconfíen de la tremenda campaña publicitaria que ha emprendido Sony Classical y no duden a la hora de hacerse con el disco.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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