Todos los que escribimos valoraciones sobre arte podemos ser bastante peligrosos según las circunstancias, pero hay un espécimen de crítico bastante sombrío sobre el que me gustaría alertar. Me refiero al pedante que intenta distinguirse de la mayoría intentando demostrar que sus gustos van por otro camino al de las presuntamente adocenadas e incultas masas de aficionados. Si a la mayoría del personal le gusta esto o lo otro, a mí me gusta aquello porque es más minoritario, más para paladares exquisitos, más presuntamente difícil de apreciar y, por ende, muestra un gusto mucho más evolucionado y una sensibilidad más desarrollada.
En el mundo de la crítica musical se podrían poner muchos ejemplos. Tal cantante famosísimo o tal director estrella nunca serán bien recibidos por estas firmas, al tiempo que éstas reivindican nombres más o menos oscuros -preferiblemente del pasado remoto- que demuestren la amplitud de su erudición y la exquisitez de su paladar. En el mundo de la escena lírica los ejemplos resultan más evidentes: los títulos de siempre son en general desdeñables salvo que venga un regista “modernísimo” que lo convierta en una caricatura del original. Y si a la mayoría del público le gustan determinados compositores, yo les hago asco salvo cuando un intérprete -generalmente de la escuela historicista- les quite densidad intelectual hasta desfigurarlos: ahí sí me que me pueden gustar, y lucharé con uñas y dientes para demostrar que “los míos” son los buenos y los que aplaude todo el mundo los malos, así me reafirmo en mi -en el fondo- débil, insegura y acomplejada personalidad.
Quien sepa un poquito de interpretación musical puede pillar en seguida a semejante tipo de plumífero. Desgraciadamente hay algo que les hace muy peligrosos: que muchas personas que están empezando a iniciarse en esto de la interpretación, o que no han estado en la ópera o el concierto reseñado pero se interesan por los resultados, cuando leen la reseña por ellos escrita pueden llevarse una impresión completamente equivocada del espectáculo pensando que el crítico no solo es más o menos honesto, sino que tiene un verdadero dominio de la materia sobre la que escribe. Incluso hay por ahí casos (pienso en “los tenores calaron bien las notas graves”, afirmación escrita por un crítico sevillano que fue impuesto a dedo por un político en una revista con la intención de apoyar a cierto músico colocado por él igualmente a dedo) en los que el uso tan petulante como equivocado de una terminología más o menos técnica podría dar una impresión de erudición ante quienes no dominan el tema. El resultado, una enorme burla al lector y una total falta de respeto a los músicos. Cuidado con ellos. Muerden.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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2 comentarios:
Tambien está el aficionado que no evoluciona y que se queda en las 4 estaciones de Vivaldi por I musici, la integral del 62 de Beethoven por Karajan, las sinfonias de mahler por Kubelik y tantos otros clichés.me parece acertada tu postura de intentar conciliar tradicion y modernidad.
A todos los que escribimos sobre estos (¡y a los melómanos que no escriben, claro!)se nos pueden censurar muchas insuficiencias. Lo que ocurre es que el reproche que se puede hacer a los "anticuados" que no han pasado del Vivaldi de I Musici o el Mahler de Kubelik se debe a algo involuntario por su parte: la limitación de evolucionar de unos gustos muy asentados después de décadas de escucha de unos mismos modelos.
Sin embargo, los personajillos a los que me refiero actúan de manera en gran medida consciente y voluntaria, movidos por el deseo de distinguirse de los demás o de autoafirmarse en una personalidad de la que ellos mismos dudan. Puro snobismo de lo más detestable.
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