Me habían comentado, a raíz de su reciente filmación para el sello Euroarts, que Joaquín Achúcarro –ochenta años nada menos- había perdido parte de la pasmosa agilidad digital que hasta hace poco le caracterizaba. También que su concentración empezaba a ser un tanto irregular. Cierto: las dos circunstancias se evidenciaron en el recital ofrecido en el Hospital de Santiago de Úbeda el pasado viernes 2 de junio. Pero fue, pese a todo, un espléndido concierto, porque el bilbaíno sigue siendo –por si alguien no se había enterado aún- uno de los grandes pianistas del mundo.
De Achúcarro me fascina su sonido: muy duro –en el buen sentido-, de contornos definidos, en absoluto difuminado, poderosísimo cuando debe, pero capaz de adelgazarse hasta el límite sin perder solidez y de ofrecer las más delicadas filigranas sonoras. Diríase que se encuentra tallado en cristal de roca. Un sonido admirable, sí, siempre al servicio de un concepto interpretativo sensato, musical y coherente en el que no hay espacio para el narcisismo, la blandura o el arrebato espontáneo, porque todo está dicho desde la objetividad, la sinceridad expresiva y una perfecta unión entre cálculo y emotividad, entre mente y corazón. Todo ello con una elegancia digamos viril, sin afectaciones, que otorga a su pianismo una enorme clase.
El recital ubetense comenzó con dos piezas de Falla: una Montañesa dicha con serena objetividad y una Danza del fuego seriamente enturbiada por las actuales limitaciones técnicas del pianista. Seguía el estreno mundial de un encargo del propio Festival Internacional de Música y Danza: Sonata en forma de cármenes de Tomás Marco. Conozco poco la obra de este señor, aunque quizá lo suficiente para saber que no me gusta. En esta ocasión no me partí de risa ante lo escuchado, un pastiche entre el universo sonoro del propio Marco y el mundo de Manuel de Falla, entendido éste a su vez como fusión entre lo impresionista y lo jondo. No quiero decir que la obra me pareciera buena, pero al menos encontré en el autor un apreciable intento por resultar cálido y comunicativo. Probablemente Achúcarro hizo mucho por potenciar esto último.
Vinieron a continuación tres Preludios de Debussy. El artista recreó de manera irreprochable la esencialidad de las Danzarinas de Delfos y el erotismo de la Puerta del vino –en los espléndidos comentarios que realizó a viva voz de cada una de las piezas insistió mucho en este aspecto-, pero donde dio la campanada fue en Fuegos de artificio, que con los dedos ya “calientes” recreó con agilidad y sutileza pasmosas.
La segunda parte, globalmente más satisfactoria, se abrió con una Barcarola de Chopin dicha con enorme nobleza. Volvió Debussy con una sensual recreación de La plus que lente y de La soiree dans Grenade, tocando a continuación sin solución de continuidad el impresionante Homenaje a la tumba de Debussy del compositor gaditano. De nuevo magistral. Cerrando oficialmente el programa, una Fantasía bética elegante, no particularmente racial pero con estilo, y de enfoque mucho antes clásico que cercano al carácter visionario que le imprime Javier Perianes, presente en la sala, en su sensacional grabación para Harmonia Mundi. El público reaccionó con justificado entusiasmo y un Achúcarro risueño como un niño se lanzó a ofrecer tres propinas recreadas de manera portentosa: Claro de Luna de Debussy, Preludio para la mano izquierda de Scriabin y el Estudio patético del mismo autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario