La prestigiosa producción escénica de Ursel y Karl-Ernst Herrmann, de principios de los ochenta, me ha parecido muy hermosa desde el punto de vista plástico, sensata en su clasicismo digamos intemporal, imaginativa dentro de su aparente sencillez y muy bien iluminada, aunque la perspectiva fugada de la puerta central no se apreciaba bien desde mi localidad y me perdí la escultura que he visto en las fotografías. La dirección de actores estaba bien trabajada, aunque discrepo de la manera en la que se hace a Sesto estar todo el tiempo dando carreritas sobre el escenario. Bellísimos los vestidos que lucía Vitellia e interesante el tono agridulce aplicado al final de la acción.
La dirección de Thomas Hengelbrock me ha decepcionó un tanto en comparación con los excelentes resultados que obtuvo con Ifigenia en Tauride (enlace). No solo la orquesta y el coro no sonaron igual de bien que en los últimos meses, sino que además la tensión e incisividad de su realización, por lo demás de irreprochable arquitectura y brioso desarrollo, no se vieron acompañadas por la dosis necesaria de sensualidad, elegancia y vuelo lírico. En cualquier caso, muy por encima de los Mozart que en esta casa y con esta misma orquesta le hemos escuchado a Jesús López Cobos y Víctor Pablo Pérez. Se agradeció la inclusión de algunos instrumentos originales en la Sinfónica de Madrid, entre ellos el corno di basetto y los timbales con baquetas duras.
En el elenco flojeó el Tito de Yann Beuron. Dicen que en las primeras funciones estuvo enfermo. En la que a mí me tocó ya debía de estar repuesto, pero aun así sus problemas técnicos fueron considerables, lo que no debe de extrañar dada la dificultad del rol. Al menos su voz, blanquecina y sin atractivo, posee el cuerpo suficiente para la parte, y en lo expresivo el tenor francés se mostró muy voluntarioso. En cualquier caso el rol decisivo es el de Sesto, y este estuvo bien servido por una Kate Aldrich de instrumento pequeño pero homogéneo, mostrándose además muy en estilo, elegante y sensible. Junto a ellos brilló la Vitellia de Amanda Majeski, dominando su complicada vocalidad y sabiendo ser expresiva sin convertir el personaje en una bruja, y por tanto manteniendo la dignidad que le corresponde. Bien a secas el Annio de Serena Malfi y la Servilia de María Savastano, y aceptable en sus breves apariciones el Publio de Guido Loconsolo.
Lo dicho, una digna función que fue más que suficiente para disfrutar de la partitura mozartiana, que sin ser la mejor del autor -a mí la trilogía Da Ponte y Flauta Mágica me parecen muy superiores, por mucho que haya quienes opinen lo contrario- contiene arias de una singular belleza que perecen ser escuchadas sobre un escenario con más frecuencia de la que suelen. Mereció la pena.
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