Velada para el recuerdo la de
ayer domingo por la tarde en el Auditorio Nacional. Ya sabíamos de
la apreciable calidad que la interpretación que el Ariodante de
Haendel podía alcanzar en manos del veterano Alan Curtis y su conjunto Il Complesso Barocco (web oficial) gracias a sus grabaciones comerciales, no tanto la
del DVD (Dynamic, 2007) como la del audio registrado para Virgin en enero de
2010 con un elenco vocal casi idéntico al congregado para esta gira
europea que ha comenzado en Madrid. Pero lo que estaba por ver si se
alcanzaba en la sala la temperatura emocional deseable, sobre todo
después de la cancelación a última hora de la estrella de la
velada, la fabulosa Joyce di Donato. Las expectativas fueron
sobrepasadas por un espectáculo de primera categoría.
Sustituyendo a Di Donato tuvimos a Sarah Connolly (web oficial) en el rol titular. Personalmente encuentro a su voz poco personal y carente de particular atractivo. La homogeneidad del instrumento, sin embargo, me parece superior a la de su colega norteamericana tanto por arriba como por abajo. Su facilidad para las agilidades tampoco es menor y su sensibilidad resulta pareja. Tan sobria como elegante en el fraseo, y aun careciendo de la sensualidad que tenía la Von Otter en sus mejores tiempos, consiguió con su bellísimo “scherza, infida” una tremenda ovación por parte del respetable. Claro que eso no es nada comparado con la Ginevra de Karina Gauvin, sensacional -por voz, estilo y sensibilidad- en todas y cada una de sus intervenciones. Su recreación de “il mio cruel martoro” ha sido para quien suscribe una de las cosas más conmovedoras y profundamente hermosas que jamás ha escuchado en directo en este repertorio. Lo siento, pero no tengo palabras. Yo estaba sentado en primera fila y terminé derretido.
El malo de la función estuvo en manos de Marie Nicole Lemieux, que convence en directo aun más que en disco gracias a su adecuado histrionismo escénico; su voz -sólida por abajo- resulta muy adecuada, su entrega expresiva es grande -un punto truculenta su concepción del personaje- y las brillantes agilidades de su parte arrancaron grandes aplausos. Sabina Puértolas, a despecho de un sobreagudo algo metálico y a cierta frialdad expresiva, demostró moverse muy bien en el estilo y logró gracias al atractivo esmalte de su voz, a su perfecto dominio de la coloratura y a su irreprochable buen gusto no pasar inadvertida como Dalinda; por cierto que una de sus arias -al igual que algunos pasajes orquestales- fue eliminada para aligerar la duración de la velada. Matthew Brook se mostró desenvuelto en el rol del rey, cantando con sensibilidad pero sin ese punto algo bobalicón que molestaba en el disco.
El único cambio con respecto al compacto -dejando a un lado la sustitución de Di Donato- se produjo en el rol de Lurcanio: en lugar del más conocido Topi Lehtipuu estuvo un tal Nicholas Phan, que nos deslumbró con una voz de enorme calidad que corría estupendamente por la sala, así como con un talante digamos “heroico” que dio entidad al un tanto desdibujado personaje. Las breves frases de Odoardo fueron en esta interpretación encomendadas a Dalinda o directamente eliminadas.
Con esta interpretación que osciló entre lo muy
bueno y lo excepcional, las increíbles maravillas de la partitura
haendeliana pudieron con toda su belleza, pero quedaba aun un ingrediente
para que se notase ese “algo” especial de las grandes veladas. Y éste vino por parte del público. Poco que ver con los abonados a
la OCNE o a Ibermúsica. El ciclo “Universo Barroco”
preparado por el CNDM está pensado para
otros paladares. Eso de meterse a las seis de la tarde a escuchar
tres horas y cuarto de arias da capo tampoco parece que brinde mucho
la ocasión para pasar el rato o dejarse ver. Los que allí estábamos
-no se llenó el Auditorio- sabíamos bien a lo que íbamos. La atmósfera fue inmejorable y se produjo “feedback” hacia los
artistas: se notaba que se lo estaban pasando tan estupendamente como
nosotros. Los aplausos -todo el mundo en pie- fueron los de las grandes ocasiones. Del ambiente en la sesión de autógrafos en camerinos ni les hablo. Lo pueden ustedes imaginar. Firmas y
fotos a mogollón. Las solistas estaban radiantes y no hacían más
que repetir lo contentas que estaban de ver tanta gente joven
junta. Y a mí solo una cosa me dejó insatisfecho: que no haya más
gente en Madrid dispuesta a escuchar una música tan extraordinaria
en una interpretación de semejante nivel. Lástima.
5 comentarios:
Ese gran público es el que debe marcar el futuro de la música en este país.
Yo también estuve en el Auditorio y puedo suscribir casi en su totalidad, lo descrito por Fernando. Bastante público había, no obstante, para las dimensiones del Auditorio y la hora de la función (que algunos los lunes tienen que currar).
Eso sí, entre la concurrencia, hubo de todo. Todos sabíamos a lo que íbamos, aunque no fuéramos auténticos aficionados a las voces (como se relataba aquí, semanas antes). Y sin embargo, el Ariodante fue en versión concierto, por lo que deduzco que fue un aliciente tener ese reparto.
Un gran acierto de Antonio Moral, que tras su brillante (con altibajos) paso por el Real, aterriza en el Auditorio con un programa barroco de primer nivel.
Ciertamente, Arian, es de recibo felicitar a Antonio Moral. Confiemos en que no le corten el presupuesto y siga programando cosas así. Es un complemento absolutamente indispensable a lo que se hace en Real y Zarzuela (aunque este último recinto, por sus dimensiones, yo lo veo adecuado para este repertorio).
De acuerdo en lo fundamental.
Sólo una cosa. La versión de Minkowski en Archiv, ¿sobrevalorada? ¿De verdad cree usted eso?
Sí, lo creo. La Von Otter está absolutamente maravillosa, y a mí la Podlés me encanta, pero el resto... Por descontado que se trata de una muy buena interpretación, pero creo que no es para tantísimo como se ha dicho; globalmente me gusta más la grabación de Curtis.
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