La primera vez que oí hablar de Ryuichi Sakamoto fue hacia 1987 en Radio 3, más concretamente en el programa de Ana Mª Vega Toscano “Despierta”. Por aquel entonces yo me estaba entusiasmando con la música de cine y el artista japonés se había hecho famoso con su partitura para Bienvenido Mr. Lawrence, en la que asimismo realizaba un inolvidable papel de “malo malísimo”, como recuerdo que decía la presentadora. Por las mismas fechas alcanzó enorme prestigio gracias a su óscar (compartido con David Byrne y Cong Su) por El último emperador, que José Luis Pérez de Arteaga emitió completa en “El mundo de la fonografía” y yo grabé religiosamente para escuchar una y otra vez (recurrir a la casete era el único sistema que teníamos los estudiantes para conocer la música que nos apetecía sin gastarnos toda la paga de nuestros padres). A partir de ahí le perdí la pista a Sakamoto casi por completo: una bellísima partitura para Cumbres borrascosas, otra sin particular interés para Tacones lejanos y poco más. Por eso me ha hecho ilusión verle por primera vez en directo el pasado viernes 18 de noviembre aprovechando mi viaje para El Gran Macabro. Me ha merecido la pena por ser mi primera visita a esa cueva maravillosa (y también cueva de ladrones) que es el Palau de la Música de Barcelona, pero no por el concierto en sí mismo.
En realidad saqué la misma impresión que de Philips Glass cuando le escuché no hace mucho en Úbeda (enlace): si realiza música comercial/cinematográfica/melódica los resultados son espléndidos, pero cuando se pone en plan serio la pretenciosidad le hace dormir a las ovejas. Buena parte del recital -me perdí la primera pieza debido a un agotador viaje en coche de siete horas- consistió en un soporífero minimalismo a base de ostinati en violín y violonchelo salpicado por acordes suspendidos del piano, obviamente con el propio Sakamoto sentado en la banqueta. Judy Kang y el chelista brasileño Jacques Morelenbaum –veterano colaborador del japonés- realizaron un digno trabajo en sus respectivos instrumentos, pero no lograron soslayar el carácter insustancial de la propuesta. Además, la fusión entre Debussy y la sensibilidad japonesa ya la hizo antes –y mucho mejor- Totu Takemitsu. La aparición del tema de Mr. Lawrence fue acogida con aplausos con un público manifiestamente aburrido, pero la blandura de la interpretación terminó defraudando. La cosa se animó con la música escrita para Almodóvar y con 1919, una de las piezas de su desigual álbum 1996 que –estando escrito para la misma formación de cámara- sirvieron de base a este recital que dejó tristemente de lado el mejor Sakamoto para ofrecernos su vertiente más pretenciosa. Entre las propinas hubo un guiño al público catalán con El Cant dels Ocells, pero El último emperador no hizo acto de presencia. La verdad, se hubiera agradecido.
5 comentarios:
Estimado Fernando:
Estoy descubriendo la Séptima Sinfonía de Sibelius y mi primera audición es la de la versión de Maazel con la gloriosa Filarmónica de Viena. Quisiera preguntarte (si no es molestia) cuáles serían tus recomendaciones discográficas para esta partitura.
Gracias y saludos.
Anda, pues esa de Maazel/Viena fue la primera que escuché. Volví a ella hace poco y me parece de 10, aunque de las otras ocho que tengo en mi discoteca también me gustan muchísimo las de Barbirolli y Bernstein/Viena, esta última en DVD. Por cierto, vaya música maravillosa... Un saludo.
Caro Fernando,
Acabo de descobror este sue interessante blog e tornei-me seu seguidor.
Como temos interesses em comum, convido-o a seguir o nosso blog “Fanaticos da Opera / Opera Fanatics”:
http://www.fanaticosdaopera.blogspot.com/
Estou certo que entende bem português. Um abraço de Portugal
Vaya Coincidencia.
Gracias. Saludos.
¿desigual si obra 1996?, ya entiendo la crítica del concierto. Muy cool.
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