A la espera de que se distribuya internacionalmente -si es que lo hace- la filmación en el Metropolitan de Nueva York de 1979 con la Stratas y la Varnay (¡nada menos!) bajo la dirección de Levine que acaba de aparecer en edición limitada (enlace), sólo hay de momentos dos interpretaciones en DVD de Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny de Kurt Weill. La primera corresponde al Festival de Salzburgo de 1998. Un proyecto de Mortier, pues, como lo es el que actualmente puede verse en Madrid. La propuesta escénica era de Peter Zadek y frente a la Sinfónica de la Radio de Viena se ponía Dennis Russel Davies. Dos nombres importantes en el elenco: Catherine Malfitano y Gwyneth Jones. La filmación, impecablemente realizada por Brian Large, ofrece una espléndida calidad de imagen, pero por desgracia ninguna de sus ediciones (Arthaus en Europa, Kultur en EEUU) cuenta con subtítulos en castellano.
La segunda se ofreció en la Ópera de los Ángeles bajo la dirección de su titular James Conlon en 2007, y en ella se pretendía reunir al regista y la diva que habían triunfado por todo lo alto en una singular producción de Sweeney Todd, John Doyle y Patti Lupone, aunque quien se terminó llevando el gato al agua fue Audra McDonald en el rol de Jenny Smith. Todos cantan aquí en inglés el texto de Bretch, al contrario que en la representación salzburguesa. El DVD de Euroarts cuenta venturosamente con traducción castellana y aporta sonido DTS 5.1 auténtico (con micrófonos recogiendo el sonido ambiente), por lo que se convierte en la primera opción de compra. Aun así pienso que se deben conocer los dos, porque Malfitano y McDonald ofrecen visiones muy distintas, complementarias y fascinantes del personaje de la prostituta.
Catherine Malfitano, una señora no precisamente guapa pero de irresistible atractivo físico, es un auténtico putón verbenero: su manera de mirar o de llevarse la comida a la boca nos dejan bien claro que nos encontramos ante una zorra sin complejos. Sexo puro y duro, y de primerísima calidad además. Claro que el personaje no se queda ahí, porque la artista norteamericana, más actriz que cantante, nos va relevando sus pliegues psicológicos a medida que la acción avanza para ofrecernos al final a una Jenny muy débil y humana que llega a llorar de verdad (¡inmenso animal escénico!) en la escena de la ejecución del protagonista.
Lo de Audra McDonald en San Francisco es bien diferente. Dejando muy al descubierto -brevísimo vestuario- un cuerpo escultural, de lo más asombroso que se ha visto nunca en una soprano, y armada de unas dotes dramáticas no precisamente menores que las de su colega, pues no en vano la artista californiana es actriz profesional además de cantante, nos ofrece una Jenny que no es tanto para tirársela como para enamorarse perdidamente de ella: preciosa, bellísima y perfecta, casi angelical pese a sus formas explosivas, pero a la postre mucho más fría y carente de sentimientos. Una auténtica muñeca sin corazón, pues, en consonancia con la visión escénica de John Doyle. Vocalmente está fabulosa, mucho mejor que la Malfitano.
Algo hay que decir de las otras dos señoras en sus respectivas encarnaciones de Leocadia Begbick. La gran Gwyneth Jones no está bien de voz (su instrumento ya estaba seriamente deteriorado en los setenta), pero se mueve con mucha clase en la escena. Preferible encuentro a Patti Lupone en San Francisco, no tanto por cuestiones musicales como porque la escena aprovecha bastante mejor su inmenso talento escénico: su encarnación de la viuda es, con toda propiedad, mucho más malévola y divertida.
Ninguno de los dos tenores es para tirar cohetes. En Salzburgo el malogrado Jerry Hadley empezaba ya a evidenciar (¡qué afinación!) su declive vocal, si bien le pone mucha voluntad al asunto. En San Francisco Anthony Dean Griffey ofrece una encarnación muy sólida pero que no pasará a la historia de Jimmy. Sobre el resto no hay mucho que decir: los dos elencos resultan bastante notables, siendo de justicia destacar en Salzburgo el Pennybank de ese estupendo actor –metido ahora a director escénico- que es Dale Duesing.
Dennis Russel Davies ofrece una irregular labor de foso que acierta en los momentos más “canallas”, como toda la escena del sexo en el segundo acto con la banda sobre el escenario, pero se queda bastante corta en tensión y variedad expresiva: termina haciendo la música de Weill más aburrida de lo que ya es. Convence más James Conlon, que aborda la partitura desde un prisma más propiamente sinfónico y mantiene la convicción en todo momento, si bien un poco más de aroma arrabalero no le hubiera venido nada mal.
En lo que a las direcciones escénicas respecta, creo que también San Francisco sale ganando, aunque en ambos casos nos encontramos con propuestas de gran sensatez que intentan servir mucho antes a Weill y Bretch que a divismo ocurrente del regista. Tampoco hay miedo por parte de ninguno de ellos a la hora de asumir el mensaje ese contenido político del libreto que tanto parece molestar a muchos (¡como si en los Mozart/Da Ponte o en el Verdi juvenil no hubiese cargas ideológicas de profundidad en contra de las autoridades del momento!). La labor salzburguesa de Peter Zadek, apoyada por una interesante escenografía de de Richard Pediuzzi que homenajea al fascinante pintor Giorgio De Chirico, es quizá la que sigue más fielmente las ideas originales de Bretch, si bien a mi modo de ver sobran las citas literales a McDonalds o la Estatua de la Libertad. Falta en su trabajo un punto de imaginación y, sobre todo, de ironía y mala leche. Justo quizá lo que ofrece, mirando antes al terreno del musical que al de la ópera, la muy notable propuesta californiana de John Doyle.
Creo que no hay más que añadir: el DVD de Euroarts es el que hay que tener, pero el de Salzburgo no resulta desdeñable.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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