No tenía previsto acudir a la Salomé del Teatro Real, pero una fuente muy de fiar me aseguró que la dirección de López Cobos, contra todo pronóstico, había sido sensacional, así que decidí exprimir otra vez mi economía -que no está para muchos trotes con tanto viaje- y buscar una entrada de entre lo que quedase. Casi cien euros he pagado una localidad (planta primera, butaca tres en primera fila de palco de entresuelo) con una visibilidad francamente reducida: más o menos un tercio del escenario. Cuando veía a los cantantes, eso sí, los tenía tan cerca que pude percibir a la perfección su gestualidad, pero no me metí en la acción en ningún momento. La orquesta, desde semejante ubicación, sonó con una potencia, una limpieza y una redondez admirables, hasta el punto de que dudo que en toda mi vida vuelva a escuchar así el foso de Salomé. En contrapartida, la voz de los cantantes no me llegaba siempre con corrección, y en el momento en el que estos se encontraban en el lado para mí invisible les escuchaba bastante regular. Téngase todo esto en cuenta porque mi percepción del espectáculo puede verse muy alterada por las referidas circunstancias.
La propuesta de Robert Carsen me gustó sin llegar a entusiasmarme. Los al parecer abundantes abucheos del estreno me parecen injustificados, porque aquí hay teatro, buen teatro, con una excelente dirección de actores y masas, atención a la relación entre música y escena, poca provocación gratuita y muchas buenas ideas, sobre todo en lo que al tratamiento de Herodías se refiere, por lo general un personaje bastante desdibujado para los registas. Que la acción estuviese trasladada a la cámara acorazada de un casino de Las Vegas es -para mí- lo de menos. Ahora bien, creo que Carsen, aun acertado a la hora de recrear los aspectos corruptos y vulgares de la corte de Herodes, no acaba de trasmitir la atmósfera malsana de la misma ni tampoco, y sobre todo, la turbia pasión de Salomé hacia Jochanaan. La danza de los siete velos (con siete señores mayores quedándose en pelotas en lugar de la protagonista) no me parece conseguida, y el final con la princesa huyendo con su trofeo y Herodes ordenando que maten a su mujer se me antoja más que discutible, por alterar sustancialmente el sentido de la obra. De ahí que pareciéndome una propuesta interesante, me parezca preferible, dentro de la misma línea "moderna", la reciente de David McVicar en el Covent Garden (DVD en BBC Opus Arte).
A Nina Stemme le han dedicado tantos elogios que me ha decepcionado un poquito. Me dio la impresión (en parte puede deberse a la acústica desde mi localidad) de que empezaba reservona y sin fuelle. Luego se fue creciendo y cantó el papel de manera francamente satisfactoria, con estupendos agudos, buenos graves, escasos cambios de color y una línea irreprochable en la que supo evitar tanto el exceso de refinamiento digamos "belcantista" como la tentación del sprechgesang. Estuvo vocalmente magnífica en su escena final. Pero mis reservas, que son muy relativas, van en otro sentido: tengo la impresión que la soprano sueca no termina de matizar el personaje en todos sus pliegues psicológicos, que van desde la niña malcriada y la mantis religiosa sedienta de sexo, pasando por las astutas seducciones a Narraboth primero y a su padrastro después, para llegar hasta una mujer madura en estado catártico completamente enajenada. Por otra parte no me parece buena actriz, y eso no es poco importante en una función escenificada.
Gerhard Siegel ya me pareció un tanto sobrevalorado en su Mime de Valencia y en su Marqués de la Lulu del propio Teatro Real. Me lo vuelve a parecer ahora: un Herodes correcto vocalmente, cantado sin graznar y muy sólidamente actuado, sin histrionismos, pero poco más. Muy flojo Wolfgang Koch como Jochanaan, al que sólo se escuchaba cuando cantaba -con amplificación- desde la cisterna. Soberbia por el contrario Doris Soffel, aún mejor vocalmente que cuando cantó el papel en Sevilla (enlace), hasta el punto de que era la voz sobre la escena de mayor impacto. Como actriz, tremenda. Me pareció que Tomislav Muzek hacía un buen Narraboth, pero desde mi asiento apenas le pude ver sobre la escena y le escuché regular, así que no me atrevo a decir mucho.
Lo mejor de la función, con diferencia, Jesús López Cobos, un director al que detesto por su habitual mezcla de blandura, superficialidad y aburrimiento, pero que en esta ocasión me ha entusiasmado con una dirección a la que se le podía pedir un poco más de sensualidad, pero que globalmente ha sido admirable por su sinceridad, su fuerza dramática, su planteamiento de las tensiones, su incisividad tímbrica, su enorme atención al matiz expresivo y, sobre todo, su soberana realización técnica. Nunca he escuchado a la Sinfónica de Madrid sonar así de bien, tan compacta y al mismo tiempo tan clara, tan exacta en los ataques y tan musical en las intervenciones solistas. La claridad fue en todo momento portentosa, hasta el punto de que he reparado en muchísimas cosas que otras veces se me habían pasado por alto en la partitura. Un trabajo impresionante digno de un director de primera línea, desde luego. ¿Cómo es posible que el tantas veces musicalmente mojigato director zamorano acierte por completo precisamente en una partitura que lo que más exige es lanzarse en plancha sobre tensiones, timbres y emociones? Milagros de la música.
No se pierdan la excelente crónica de Atticus (enlace).
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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