jueves, 12 de noviembre de 2009

Macbeth en el Villamarta

Que el Villamarta siga sacando adelante varios títulos de ópera por temporada es un verdadero milagro para un teatro que cada año cuenta con un presupuesto más y más apretado. Lo he dicho muchas veces y lo seguiré repitiendo cuanto haga falta. Pero de ahí a bajar el listón de exigencia, llamar bueno a lo mediocre y excelso a lo simplemente correcto hay un trecho: semejante “inflación” solo conduce al desprestigio de los que escriben y a un conformismo acrítico y pueblerino por parte del público.

Por ello pienso que hay que llamar a las cosas por su nombre, aplaudir lo que -dentro de las consabidas circunstancias económicas- resulta manifiestamente positivo y rechazar lo que -también contando con las referidas limitaciones- parece un claro error por parte de la dirección del teatro. En esta nueva producción de Macbeth estrenada el jueves 5 cuya segunda y última función, la del sábado 7 de noviembre, pude presenciar, ha habido de las dos cosas.

Positivo es sin duda haber contado con José Luis Castro, director teatral sevillano que estuvo durante años al frente del Maestranza (hasta ser cesado presuntamente por Juan Carlos Marset) y que en los últimos tiempos ha estado más bien retirado de la vida pública (no le nombraron director del Cervantes de Málaga por presuntas presiones, de nuevo, del citado Marset, esta vez en su calidad de director del INAEM). En Jerez le vimos a Castro una buena Bohème y ahora se ha recurrido a él como decisión de última hora al no haber podido traer la producción inicialmente prevista.

El resultado ha sido la enésima demonstración de que la falta de medios económicos (este Macbeth fue muy pobre en ese sentido) se puede suplir con talento, buen gusto y un poquito de imaginación. Hacía falta, no obstante, una dirección de actores más trabajada (el protagonista vocal se movía mal en la escena), pero aun así el resultado convenció por su equilibrio entre sobriedad y fuerza expresiva.

Los personajes estuvieron bien definidos, sin caer en truculencias (la Lady es una señora terriblemente ambiciosa, no la caricatura de una bruja). Las proyecciones, muy bien realizadas por Álvaro Luna, se dedicaban a servir al drama y no a la exhibición narcisista (ay, La Fura). La iluminación de Olga García -oscura, como mandan los cánones en este título- estuvo planteada con un muy logrado carácter dramático. El vestuario de Jesús Ruiz, que defraudó un tanto en la escena del brindis, ofreció una gran belleza en el coro del acto IV y deslumbró con el hermosísimo traje rojo de la protagonista. Los cambios de escena estuvieron planteados con agilidad. Y el coro, algo monolítico, al menos no tuvo que ensayar poses propias de las representaciones operísticas de otros tiempos. Buen trabajo, sin duda, para una producción propia dignísima y muy exportable.

Negativo me parece el retorno de Miquel Ortega. Sobre las maneras de hacer de este señor en el foso he discutido mil veces durante años con Isamay Benavente cuando ésta era Directora de Producción. Ella afirmaba que yo le tengo manía al maestro catalán. Yo sostenía que el entonces director del teatro, Francisco López, no tiene ni pajolera idea de lo que es un buen director de ópera. Isamay es ahora la máxima autoridad del teatro y ha tenido a bien volver a contar con Ortega. Tiene todo el derecho a hacerlo, pues cada uno debe obecer a sus propios criterios. Y yo tengo derecho, como parte del público, a manifestar mi opinión de que contratarle ha sido un error monumental.

A Miquel Ortega i Pujol le he visto hundir muchos títulos de ópera y zarzuela, la mayoría de ellos en el Villamarta, pero también en Sevilla y Córdoba. De El barbero de Sevilla y Don Giovanni -en ambos casos con Carlos Álvarez, no por casualidad- tengo un recuerdo particularmente malo. Desaliño técnico, descoordinación con la escena, flacidez, falta de continuidad dramática, escasez de matices expresivos y un terrible aburrimiento del que se sale de cuando en cuando con algunas explosiones de grosería sonora son sus señas de identidad. De estilo, ni hablemos. “Maestro, questo non è Verdi”, le espetó una vez Elena Obratzova. Pues eso. ¿Que otros cantantes se sienten muy a gusto con él? No lo dudo. ¿Que conoce bien las partituras. Posiblemente, pero eso no significa que esté a la altura de lo demandan las mismas.

Este Macbeth lo encontré mal dirigido, tanto que casi eché de menos al López Cobos que durmió a las ovejas en el Real (no así al horroroso Daniel Lipton, que destrozó la obra en Sevilla con mayor saña aún). La Filarmónica de Málaga ofreció una de las peores actuaciones de las muchas que ha realizado en el Villamarta, con unos violines que iban cada uno por su lado, unos trombones propios de banda de pueblo y un clarinete que debería volver al conservatorio. Al menos el Coro del Villamarta sigue atravesando un buen momento, y bien que lo demostró en este título tan exigente para él. No obstante, cosas mejores se les ha escuchado en los últimos años: si hubo algo de barullo hay que achacárselo al señor que estaba en el foso.

Positiva me parece la apuesta por cantantes jóvenes de la tierra, independientemente de que unas veces se acierte más y otras menos. La jerezana Maribel Ortega no se estrelló como Lady Macbeth, lo que para una señora que acaba de llegar al mundo de la lírica -debutó en escena en 2006-, enfrentándose a un rol poco menos que imposible, es ya muchísimo. ¡Bien por ella! No hace falta insistir en que -no podía ser de otra forma- el papel le viene aún muy grande. En lo vocal es obvio que el registro grave le queda muy corto. En lo técnico, que este rol necesita un mayor dominio de los recursos belcantistas: estamos hablando de una ópera escrita en 1847.

Pero aun así el resultado me pareció muy interesante, porque pudimos escuchar a una soprano lírica de verdad, con una voz de estimable volumen, con cuerpo, rica en armónicos y muy esmaltada. Además, Maribel Ortega intenta resultar comunicativa en lo vocal (ojo: tiene que diferenciar mucho mejor en lo expresivo las partes del brindis) y demostró moverse con cierta habilidad en la escena. Mi impresión es que la soprano jerezana tiene muchas cosas que hacer y que decir en el futuro. El tiempo dirá si se convierte o no en una gran cantante.

A Carlos Almaguer sí que lo conocíamos ya en el Villamarta. No hay novedad: de nuevo puso su voz de estupenda pasta baritonal y su habilidad para el canto ligado al servicio de una expresividad muy limitada que no conoce matices expresivos. Tiene que trabajar más, mucho más, si quiere convencer como Macbeth, aunque al menos sacó adelante el papel con dignidad y correcto estilo. Para el presupuesto que maneja el teatro dudo que se hubiera podido encontrar algo mejor.

Francisco Santiago (Banquo) sigue con la voz en la gola, pero al menos en esta ocasión mostró buena línea verdiana y se esforzó en lo expresivo. Francisco Corujo (Macduff) estropeó su hermosa aria con unos gimoteos veristas fuera de lugar. Y Pablo García (Malcolm) sigue apuntando buenas maneras: prestaré atención a su carrera tanto como a la de Maribel Ortega, porque la cosa promete. Qué alegría que sigan apareciendo jóvenes con talento.

En resumidas cuentas, y siempre en opinión del firmante (¿hace falta recordar que tan discutible como la de cualquier otro?), lo que se nos ofreció fue una buena producción escénica que podía haber estado acompañada de un muy digno nivel musical de no ser porque orquesta y batuta se movieron dentro de la más lamentable mediocridad. Y que conste que no se trata de presupuesto, sino de sabiduría a la hora de contratar: si hubiésemos tenido a la Orquesta de Córdoba (¡no digamos a la de Granada!) y a un Enrique Patrón de Rueda a su frente, por citar un nombre habitual del Villamarta, las cosas posiblemente hubieran salido mejor.

Miren ustedes, hay en España gente con mucho talento, y los aficionados no tenemos por qué conformarnos con quienes, a nuestro modo de ver, han demostrado una vez tras otra su incompetencia. De seguir escogiendo en función de “la comodidad de los cantantes”, de los acuerdos con la Junta, de quien sabe de qué oscuros compromisos con agencias o, sencillamente, de la tradicional sordera de la directiva del teatro en lo que a las tan decisivas cuestiones de foso se refiere, los resultados de las producciones líricas del Villamarta desmerecerán de los enormes aciertos que esa misma directiva ha venido ofreciendo a lo largo de estos años y han convertido al teatro jerezano en un referente a escala nacional.

2 comentarios:

Terry dijo...

ya es bastante con que la ciudad tenga unas funciones de opera decente con la poblacion que hay es un triunfo.Solo Sabadell tiene una opera asi de pequeña y con este nivel. Mi enhorabuena y a seguir luchando por la opera, en la Andalucia de pandereta y ole morena.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Sin la menor duda.

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