viernes, 3 de octubre de 2008

Vladimir Jurowski, uno de los grandes


Tras asistir a La Calisto en el CovenGarden acudí al renovado Royal Festival Hall (dicen que la acústica era antes muy mala: ahora sólo puede ser calificada de excelente) para escuchar a la Filarmónica de Londres bajo la batuta de su actual titular, un director al que sabios críticos vienen considerando como uno de los más interesantes del panorama mundial. Efectivamente, Vladimir Jurowski no hizo esa noche sino confirmar un talento fuera de lo común que, por mi parte, ya había podido apreciar en algunas de sus grabaciones en CD y DVD.

Formidable interpretación la de Metamorphosen, aun desde un enfoque opuesto el que estamos acostumbrados a apreciar: no fue el suyo un Strauss melancólico, otoñal y decadente, sino un Strauss lleno de fuerza, rabia y tensión interna, en el que una arquitectura perfectamente construida culminó en unos clímax de dramatismo espeluznante, el que seguramente soportó un compositor que en 1945 veía como el universo que él había conocido terminaba de caer ante sus pies. Ni que decir tiene que la atención a la polifonía fue siempre extraordinaria por parte de la batuta.

De nuevo impresionante, aristada y visceral interpretación la de la inacabada Gesangsszene para barítono y orquesta de Hartmann sobre la Sodoma y Gomorra de Jean Giradoux, un espeluznante texto que aunque escrito en 1944 parece hacer referencia al mundo de nuestro 2008 amenazado por el SIDA, el terrorismo y la crisis económica. Portentosa la intervención de un Matthias Goerne al que nuca había escuchado tan emocionalmente implicado en obra alguna. La London Philharmonic respondió de manera admirable, y resulta evidente que ha mejorado de manera sustancial desde aquella visita a Madrid con Solti allá por 1996, en la funesta etapa en la que su titular era el mediocre Franz Welser-Möst.

La segunda parte no me entusiasmó tanto, porque para hacer una gran Segunda de Brahms a Jurowski aún le falta un tanto de aliento lírico, de ternura, de profundidad filosófica y de oscuridad tímbrica, es decir, de madurez e idioma. Aún así, fue un placer disfrutar de una interpretación tan fluida y natural, de semejante plasticidad en el tratamiento de los planos sonoros y tan arrebatada -sin llegar al descontrol- en un cuarto movimiento que muy pocas veces he podido escuchar, en disco o en vivo, tan temperamental, entusiasta, brillante y poderoso. Pocas veces... o nunca.

El concierto fue registrado para una futura edición discográfica en el sello de la propia orquesta, pero no sé cuáles serán las obras que entrarán en el compacto. Espero que lo hagan las dos primeras.

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