Aunque en numerosas ocasiones he escrito sobre mi paisano y amigo Ismael Jordi en las críticas de Filomusica.com, creo oportuno ofrecer aquí y ahora mi opinión sobre la actual encrucijada en la carrera del tenor jerezano , quien con su participación en la Iphigénie en Tauride de Gluck junto a Violeta Urmana y Plácido Domingo el próximo diciembre en Valencia conoce sin duda su hasta el momento más importante espaldarazo. Pero también se enfrenta a un cúmulo de decisiones que han de marcar, para bien o para mal, el futuro de su trayectoria. Se ha hablado bastante de Ismael, he discutido mucho verbalmente con otros melómanos sobre el asunto, algunas personas han sufrido actitudes intolerantes por parte de quienes pretenden convertirse en su “guardia pretoriana”, y por todo ello creo que, en definitiva, es el momento adecuado para dejar mi opinión por escrito. Intentaré ser más claro y objetivo que nunca.
Ismael Jordi me parece un buen, interesante y apreciable cantante. Pero de momento no es un gran tenor. Y eso que virtudes precisamente no le faltan. Su voz, sin ir más lejos, es muy hermosa, y cuenta con un tinte plateado que la hace muy atractiva. Su técnica es suficiente, al menos para determinado repertorio, y haciendo gala de un admirable control de la respiración es capaz de ofrecer reguladores y medias voces de una extraordinaria belleza. Su línea de canto es además muy elegante, muy “clásica”, digamos que “a la antigua usanza”, procurando que nada estropee el equilibrio y la belleza canoras, pero sin ser en absoluto un cantante frío: la emoción sincera, ya que no el temperamento apasionado, está siempre en sus labios. Sus magníficos Ferrando, Nemorino, Ernesto o Fernando (Francisquita) dan buena cuenta de ello. Por no hablar de su sensacional actuación protagonista en El cantor de México, donde el público del Chatelet, con toda la razón, se vino abajo.
Ahora bien, Ismael conoce también algunas insuficiencias que se han acentuado con sus incursiones en un repertorio que, a mi juicio y el de muchos otros aficionados, sencillamente no le va. La voz no siempre corre bien por la sala, un problema que se viene apreciando de manera intermitente desde el principio de su carrera: a veces es a él a quien con más problemas se escucha de entre los cantantes principales. La belleza tímbrica se ve en ocasiones enturbiada por unas vibraciones que el tenor a veces logra controlar a la perfección y en otras no; el “sonido cabra” (la expresión es fea pero muy clara) se impone alguna que otra vez por encima de su timbre argénteo. Y los agudos, aunque que él asegure que están perfectamente colocados, no son los que tenía cuando estudiaba con Alfredo Kraus. A veces le suenan feos y, sobre todo, fuera de tiesto.
En cualquier caso la limitación más importante es la expresiva. Ismael “canta bonito”. A veces muy, pero que muy bonito, pero con cierta incapacidad para diferenciar personajes y situaciones. Hacer ópera implica, qué duda cabe, la belleza del canto, pero también la interpretación por medio de recursos propiamente canoros. Para entendernos, y como suele decirse en los pasillos, Ismael hace siempre “de Nemorino”. Además, como es muy consciente de la belleza de sus medias voces, empieza a rozar el amaneramiento con tanta recurrencia a las mismas fórmulas: es el caso de su seriamente preocupante Edgardo en Amsterdam, un papel que le viene muy grande y en el que me ha gustado menos aún que en su flojísimo Duque de Mantua o en su insuficiente Romeo.
Hablaba arriba de una encrucijada. Efectivamente. Ismael tiene dos opciones. La primera, hacer caso de quienes le dicen una y otra vez que es mejor que Juan Diego Flórez, que en el futuro será el heredero de Alfredo Kraus y que su Duca será tan bueno como el de Bergonzi (sic), y seguir haciendo incursiones en títulos como Rigoletto, Traviata y Lucia, quedarse sin perfeccionar la técnica y seguir sin contar con un maestro que le explique que una cosa es seducir con la voz y otra cosa muy distinta emocionar con los personajes. Si sigue así, y entonaré el mea culpa públicamente si me equivoco, Ismael podrá hacer cosas dignas y bellas, podrá quizá cantar en esos teatros importantes siempre deseosos de probar voces nuevas en repertorios para los que hoy día no hay mucho con que contar, incluso obtendrá calurosos aplausos del público, pero no llegará a ser un gran tenor. Incluso correrá el peligro de deteriorar prematuramente el instrumento.
Si por el contrario toma conciencia de sus limitaciones, dedica muchísimo tiempo a estudiar para paliar cuanto antes sus insuficiencias canoras, escoge el repertorio realmente adecuado para su voz de lírico-ligero sin agilidades pero gran capacidad para el canto ligado, y se estudia a fondo los personajes antes de cantarlos en teatros de importancia, podrá llegar todo lo lejos de lo que su materia prima y talento natural le permiten. Ciertamente el que haya llegado a donde lo ha hecho resulta muy meritorio para una persona que ha empezado a estudiar muy tarde, pero él aún puede llegar más alto. Desde aquí, con la mayor sinceridad del mundo, le envío un saludo muy cariñoso a Ismael, le ruego que me perdone la contundencia con la que me he expresado y le deseo el mejor futuro como artista. ¡Ánimo!
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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