En la otra cara del antiguo vinilo, El pájaro de fuego: esta vez, la suite de 1919. Los trece años que separan esta grabación de la que hizo con la Orquesta Philharmonia comentada en la entrada anterior evidencian la manera en la que el maestro de Barletta fue modificando sus maneras de hacer con el paso del tiempo. Ahora hay menos sequedad y menos violencia, sin por ello perder sabor propiamente straviskiano -de hecho, al autor le gustaba que esta música sonara con esos ingredientes-, mientras que la sensualidad, la ternura y la poesía ya entonces presente nos atrapan sin remedio en la Danza de las princesas y la Berceuse. Como en su posterior grabación en Ámsterdam Giulini se irá al otro extremo, a la postre esta interpretación es la más redonda y equilibrada de las suya. Una suerte que el reprocesado de 2025 haya devuelto su calidad a una grabación que nos permite disfrutar del depuradísimo trabajo con una orquesta a la que la batuta hace sonar ora incisiva, ora auténtico terciopelo.
Ya nos queda un día menos
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
lunes, 28 de julio de 2025
Giulini hace Stravinsky en Chicago, 1969
En la otra cara del antiguo vinilo, El pájaro de fuego: esta vez, la suite de 1919. Los trece años que separan esta grabación de la que hizo con la Orquesta Philharmonia comentada en la entrada anterior evidencian la manera en la que el maestro de Barletta fue modificando sus maneras de hacer con el paso del tiempo. Ahora hay menos sequedad y menos violencia, sin por ello perder sabor propiamente straviskiano -de hecho, al autor le gustaba que esta música sonara con esos ingredientes-, mientras que la sensualidad, la ternura y la poesía ya entonces presente nos atrapan sin remedio en la Danza de las princesas y la Berceuse. Como en su posterior grabación en Ámsterdam Giulini se irá al otro extremo, a la postre esta interpretación es la más redonda y equilibrada de las suya. Una suerte que el reprocesado de 2025 haya devuelto su calidad a una grabación que nos permite disfrutar del depuradísimo trabajo con una orquesta a la que la batuta hace sonar ora incisiva, ora auténtico terciopelo.
viernes, 25 de julio de 2025
Sinfonía Manfred, de Tchaikovsky: discografía comparada
martes, 22 de julio de 2025
Giulini estereofónico, cosecha de 1956: Stravinsky, Bizet, Ravel
lunes, 21 de julio de 2025
Karajan dirige Rossini, Suppé y Offenbach
No hace falta decir que la obertura de Guillaume Tell es la que mejor se adapta a las maneras de hacer de Karajan, como también la que permite mayor lucimiento de los prodigiosos solistas de su orquesta. Ofrece así el salzburgués, lejos ya de la frialdad de su anterior registro con la Philharmonia, una lectura eminentemente sinfónica, llena de sensualidad, refinamiento y belleza sonora, magníficamente planificada y sonada, poderosa cuando lo requiere, brillante en el mejor de los sentidos. Habrá quienes prefieran acercamientos más dramáticos, como también de mayor efervescencia, pero esta vez hay que descubrirse ante el maestro.
sábado, 19 de julio de 2025
Sobre Roger Norrington y otros historicistas
Ha fallecido a los 91 años, después de algún tiempo retirado de la dirección de orquesta, Sir Roger Norrington. Quienes siguen este blog sabrán que me hace poca gracia el arte del maestro británico, pero ello no me impide sentir un poco de pena. Eso sí, bicheo entre reacciones y obituarios y no encuentro a nadie que se pare a decir cómo dirigía este señor: se habla de su carácter revolucionario y tal adoptando instrumentos originales para Schumann, Brahms, Bruckner y Wagner –hizo poco Barroco–, pero no se dice nada sobre sus maneras expresivas, que son demasiado personales como para pasarlas por alto.
Me ha llamado de manera particular la atención del texto escrito ayer por Norman Lebrecht en su página, hoy reproducido en Scherzo traducido al castellano. Lo califica como verdadero santo –casi literalmente– en lo personal, y al mismo tiempo lo compara con Hogwood y Gardiner diciendo que, a diferencia de estos dos colegas, "no era arrogante ni codicioso". En fin, vuelta a la profunda estupidez que ya planteara el polemista británico en su primer libro, El mito del maestro, según la cual los directores de orquesta se dividirían entre aquellos que buscan dinero y fama por la vía rápida, que serían los malos –de Karajan a Barenboim pasando por Maazel–, y aquellos laboriosos y humiles artesanos –empezando por su amado Rattle, por aquel entonces todavía en Birmingham– que solo se interesan por la verdad de la música; obviamente, estos últimos serían los buenos. La gracia es que Lebrecht termina su obituario largando muy duramente contra David Hurwitz, el más conocidos de los detractores de Norrington, cuando el crítico norteamericano, por muy desconcertantes y discutibles que sean sus apreciaciones, sí que sabe distinguir formalmente entre una interpretación y otra. Lebrecht no tiene idea de cómo hacerlo, y por eso recurre siempre al chismorreo.
Las maneras de Norrington, decía. Voy a ver si logro hacerle justicia. Al margen de la utilización de instrumentos originales durante una buena parte de su carrera y del rechazo al vibrato continuo como uno de sus principales caballos de batalla, el de Oxford se caracterizaba por dos intereses. Uno, obtener la mayor levedad sonora posible. Dos, frasear con agilidad y carácter bullicioso, como si quisiera devolver a la música del clasicismo y primer romanticismo un sentido del humor risueño que presuntamente habría perdido con el paso del tiempo, aplastado por las densidades sonoras e intelectuales impuestas por la posterior tradición wagneriana. La progresiva radicalización de estas maneras de hacer, sobre todo a partir de que disolviese sus London Classical Players y se pasase a la "tercera vía" poniéndose al frente de su Orquesta Sinfónica de la SWR de Stuttgart, unida a la ampliación de sus combativas maneras hasta el mismísimo Gustav Mahler, extendieron su imagen de agitador de conciencias, de renovador muy influyente de la praxis interpretativa y, al mismo tiempo, de batuta de escaso talento aupada por su pretenciosidad.
¿Mi opinión? Las interpretaciones de Norrington me resultan con frecuencia insustanciales, cuando no blandas o abiertamente cursis. Soy de los que pienso que fue muy pretencioso, pero le reconozco sabiduría –no hay más que leer cualquiera de sus notas al programa–, coherencia e ideas. También considero que hay algo de verdad en eso de devolverle alegría a la música. Cuanto más densa la partitura, peores eran sus resultados. A mayor dosis de animación, ligereza y carácter bullicioso en las notas, mejor le salía. A mí me gusta su disco de oberturas de Rossini, y considero –aunque algún amigo se riera de mí años atrás– que algunos de los finales de sinfonías de Beethoven están francamente bien. ¡No todo en el de Bonn va a ser pathos dramático! En el extremo opuesto, su Wagner es delirante, por mucho que algunos se empeñen en que el mero hecho de resultar desmitificador sea un valor en sí mismo.
Dicho todo esto, me parece importante distinguir a Norrington de otros maestros de la misma o parecida generación que abordaron el repertorio desde finales del XVIII con maneras "históricamente informadas": tanto admiradores como detractores tienden a meterle en el mismo saco que a otros, y eso resulta profundamente erróneo.
Poco tiene que ver Norrington con Harnoncourt. El berlinés, personalísimo él, basaba su arte en los más profundos contrastes teatrales, en las descargas de electricidad e incluso en la aspereza. En lo que a humor se refiere, solo se interesó por el que albergaba socarronería. Norrington le prestó mucho más interés a la belleza sonora, rehuyó de los grandes claroscuros y siempre intentó sonar luminoso y bienhumorado.
Aun compartiendo su tendencia a los tempi muy rápidos, Gardiner también se encuentra en sus antípodas: su fraseo rígido y cargado de nervio, su desinterés por todo lo sensual o efusivo, lo apartan del carácter mucho más curvilíneo, menos incisivo y más amable de Sir Roger. Por lo demás, Sir John es el más claramente director de todos los nombres aquí relacionados, el que mejor domina los recursos de la orquesta.
Hogwood, que prudentemente nunca quiso ir más allá de Beethoven, no se encuentra tan distante en sus maneras de plantear un Mozart equilibrado y neoclásico, elegante y sin exceso de pathos. El bueno de Chris, eso sí, adolecía de cierta falta de técnica, tendía a lo superficial y con frecuencia resultaba soso, amén de parco en matices, pero también se mostraba más ortodoxo que nuestro artista, más creativo e iconoclasta.
Frans Brüggen es visto por algunos como el más tradicional de estos directores. Se equivocan: esa etiqueta, en todo caso, iría para el citado Gardiner, una especie de Toscanini con instrumentos originales. La praxis de Brüggen era total y absolutamente historicista, solo que de escuela holandesa, léase luterana. Austeridad, distanciamiento, gran atención a lo reflexivo y cierto carácter sombrío. Nada que ver con el mundo distendido, luminoso y con frecuencia saltarín –cuando no gamberro– de Norrington.
De Pinnock no puedo decir mucho, porque no abundan los testimonios de sus acercamientos "de tercera vía" al repertorio decimonónico. Su Haydn y Mozart, que fueron con instrumentos originales, sí que encuentran parentesco conceptual con Norrington, pero a mi entender la musicalidad de Trevor es aplastantemente superior: él no confunde alegría con trivialidad, lo ágil con lo excesivamente aéreo, la efervescencia con la ausencia de claroscuros, la ternura con lo blando.
En fin, aplaudan a Norrington o apártense de él según sus gustos e intereses, pero no lo mezclen con nadie más. Bueno, con uno sí. ¿Saben quién se aproximó muchísimo, en los últimos años de su carrera, a Sir Roger? Nada menos que Claudio Abbado. Pero esa es otra historia.
Volviendo al Schumann de Giulini con la Philharmonia
Vuelta a la Sinfonía Renana de Robert Schumann que, en la orquestación revisada por Gustav Mahler, grabó Carlo Maria Giulini con la Orquesta Philharmonia para EMI en 1958. La grabación, estereofónica, sonaba mal en el anterior trasvase a CD: el reprocesado de la imprescindible caja dedicada al maestro de Barletta que Warner ha lanzado este año la mejora sustancialmente.
Lo mejor de esta interpretación es un primer movimiento amplio mas no pesado, sino lleno de fuerza, de expansión lírica y de grandeza; épico en el mejor de los sentidos, se encuentra dicho con la elegancia que caracteriza al maestro, como también con un empuje y una rotundidad viril que no asociamos con las etapas más tardías de su trayectoria. Y es precisamente la sensualidad y la ternura de las que hará gala en estas últimas lo que echamos un tanto de menos en un segundo movimiento quizá en exceso brioso; también en un tercero elegante pero no muy emotivo, aunque al menos no caiga en excesos de delicadeza. El cuarto es muy dramático, pero está llevado con ciertas prisas y por eso mismo no posee toda la atmosfera deseable. Muy bien el Finale, muy claro y fabulosamente tocado por la orquesta de Klemperer. Total, una interpretación de alto nivel que el propio Giulini se encargará de enriquecer sustancialmente desde el punto de vista conceptual –ya en la orquestación original– con su registro en Los Ángeles de 1980: he querido repasarlo y me gusta bastante más que este.
Obertura Manfred para completar la duración. La lectura es rápida, impetuosa, de alto voltaje dramático y extraordinariamente sincera, se encuentra bien planificada y está tocada por la orquesta de Klemperer, pero una vez más carece de la hondura y el vuelo lírico de su recreación de su menos nerviosa y más madura en Los Ángeles (11:53 frente a 13:37’ es mucha diferencia). El final resulta adecuadamente amargo, aunque en su versión de posterior la entrada lacerante de los violonchelos poco antes de acabar estará mucho más conseguida.
viernes, 18 de julio de 2025
Misa en Do de Beethoven por Giulini
Tras la Misa in tempore belli de Haydn por Bernstein de la que hablé en la entrada anterior, he querido acercarme a la Misa en Do de Beethoven, esta vez en el registro realizado por EMI en 1970 con Carlo Maria Giulini, la Orquesta New Philharmonia –la contraportada dice Filarmónica de Londres, debe de ser un error– y el excelso Coro de la New Philharmonia dirigido por Wilhelm Pitz. Y me he cabreado. No por la interpretación (¡magnifica!), sino por lo mucho que se ha ninguneado a esta obra: nunca se la interpreta y poquísimo se la graba. Que dos obsesos por llevar Beethoven al disco llamados Karajan y Barenboim nunca se interesasen da mucho que pensar, porque la obra es a todas luces magnífica. Cierto es que las deudas con la tradición están presentes, no en balde el sordo la escribió para el príncipe Nikolaus Sterházy II pensando en continuar la serie de misas anuales que Haydn había iniciado, pero el avance en el lenguaje con respecto al autor de La Creación es evidente, mientras que la creatividad del de Bonn parece no encontrar límites. Entonces, ¿cuál es el problema? Ustedes lo saben, yo lo sé: el problema se llama Missa Solemnis.
De la interpretación poco hay que decir. Huele a Giulini en cada compás, así que hay que enumerar todos los tópicos: nobleza, humanismo, extraordinaria sensibilidad melódica, naturalidad plena... Añádanse una dosis importante de tensión sonora y un formidable estudio de la polifonía. ¿Algo más? Me voy por lo muy subjetivo: tengo la sensación de que la actitud Bernstein frente a la partitura de Haydn presentaba cierta desconfianza hacia la divinidad, mientras que el de Barletta parece un creyente más confiado, más ortodoxo. No sé.
Una delicia la delicada y dulce Elly Ameling, portentosa Janet Baker, muy bien Theo Altmeyer; flaquea el tremolante bajo Marius Rintzler. En las notas de mi primera audición apunté que la gama dinámica era corta; en el nuevo reprocesado parece haberse corregido esa circunstancia, pero sigue habiendo un cierto grado de distorsión tímbrica.
Giulini hace Stravinsky en Chicago, 1969
La anterior edición en compacto de este registro dedicado a Igor Stravinsky de octubre de 1969 con Giulini y la Sinfónica de Chicago no s...

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