Enorme éxito de público –poquísimas entradas sin vender, cálidos aplausos– el de la interpretación ayer sábado 4 de mayo en el Teatro de la Maestranza de los seis Conciertos de Brandeburgo de J. S. Bach a cargo del conjunto Zefiro y su director, el oboísta Alfredo Bernardini. Y muy merecido, porque se trató de una interpretación de muy considerable nivel que los que allí estuvimos disfrutamos muchísimo.
De la grabación efectuada por el mismo equipo en 2017 ya dije algo en la entrada anterior. Intentaré explicarme ahora de una manera diferente. Bernardini y sus colaboradores optan por un acercamiento rigurosamente historicista en el que evidencian la asimilación de las diferentes propuestas interpretativas que se han ido conociendo a lo largo de las últimas décadas, lo que significa que el vigor rítmico, la incisividad en los ataques, los contrastes marcados y la exuberancia en la ornamentación son fundamentales –en el sentido estricto de base, de fundamento del edificio sonoro– en la puesta en sonidos, pero huyen de los excesos, desequilibrios, rigideces y detalles de mal gusto que en todo este repertorio han venido lastrando a otras agrupaciones. Bernardini y sus colaboradores han trabajado con ellas, ciertamente, pero cuando se les dejan solos trabajan con más sensatez, musicalidad e inspiración. Sí, inspiración, ese dichoso concepto que tanto evitan quienes pretenden analizar lo escuchado limitándose a unos cuantos parámetros objetivos –afinación, número de ejecutantes, plantilla del continuo, ornamentación– pero que en el fondo es lo más importante de todo, y que solo es mensurable a partir de una experiencia subjetiva. Las de Bernardini, quizá con la excepción del Concierto nº 6, fueron recreaciones precisamente eso: muy inspiradas.
Lo hicieron desde una óptica expresiva que, sin ser la única válida, resulta muy atractiva: la mezcla de luminosidad y vitalidad puramente mediterráneas con un apreciable sentido de la cantabilidad. Se podrán preferir recreaciones más moderadas, también más atentas al amargor que en más de un momento se esconde en los pentagramas. O bien más reflexivas. También se puede ir muchísimo más lejos en lo que a análisis de la polifonía se refiere –todavía ando traumatizado con Klemperer–. En cualquier caso, el conjunto italiano desplegó convicción y entusiasmo en su propuesta.
En cuanto comenzó el Concierto nº 1 estas características quedaron en evidencia, como también el alto –sin ser excepcional– nivel técnico de la agrupación. Me gustó mucho el equilibrio de planos conseguido por el maestro, particularmente en lo que se refiere a unas trompas que sonaron sensuales y muy empastadas. Se desplegó un hermosísimo canto en el Adagio. Menos me interesaron los –para mi gusto– excesos ornamentales que quiso efectuar Bernardini con su oboe, al tiempo que me desagradaron los problemas de Elisa Citterio con su violín piccolo en el tercer movimiento. Una sorpresa encontrarnos con dos pesos pesados de la Barroca de Sevilla, Mercedes Ruiz y Ventura Rico, incorporados a un continuo que también se benefició del clave de Anna Fontana, no presente en el registro de 2017.
Al igual que en la grabación, fue el Concierto nº 6 lo que menos despertó mi entusiasmo. Quizá se deba a haberlo escuchado justo después de la maravillosa versión de Valetti y Café Zimmermann. No lo sé. Lo cierto es que encontré la línea de canto un tanto fragmentada, puede incluso que caprichosa, y no del todo poética. Notables las violas, que ofrecieron más intensidad que belleza.
El Concierto nº 4 empezó más saltarín de la cuenta, como les ocurre a no pocas interpretaciones. ¿De verdad hace falta ir tan rápido? Le pusieron muchas ganas al asunto, en cualquier caso. Lo hizo de manera muy especial Elisa Citterio, ahora mucho más segura, desplegando con enorme vistosidad los fuegos artificiales de su extremadamente difícil parte. Muy bien las flautas dulces.
La segunda parte comenzó con el Concierto nº 5. Me pareció estupenda Anna Fontana, aunque no logro olvidar que esta página se la pude escuchar en directo a Trevor Pinnock en Jerez. Por lo demás, el peligro de la languidez que acecha al segundo movimiento fue conjurado por el violonchelo de Mercedes Ruiz y el violone de Ventura Rico, que mantuvieron de manera admirable el pulso para que Fontana, Rosella Croce –violín– y Marcello Gatti –flauta travesera– destilaran toda la poesía de su íntimo diálogo.
Hasta el Concierto nº 3 Alfredo Bernardini, que había aprovechado las pausas de los atrileros para realizar espléndidas explicaciones en castellano, no se puso delante de su conjunto para dirigir con los brazos. Lo hizo estupendamente y consiguió una recreación dinámica, tensa y bien clarificada. Justo lo que hizo con un Concierto nº 2 en el que por fin pudimos disfrutar de la trompeta de Gabrielle Cassone, no impecable pero increíblemente meritoria dada la dificultad de abordar la escritura con semejante instrumento. Excelentes su empaste y su musicalidad. Bernardini cerró la página con un pequeño calderón que, a mi entender con poco acierto, no había querido hacer en el disco, y se aseguró así cerrar con brillantez una noche con muchas cosas para el recuerdo.
FOTOS: Teatro de la Maestranza/Guillermo Mendo.
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