lunes, 10 de julio de 2023

Veinticuatro (decepcionantes) horas en Creta

Estoy en Chipre. He venido a hacer un curso Erasmus sobre mitología clásica, más concretamente sobre sus posibilidades de aplicación en el aula. Como había que hacer escala en Atenas, aproveché: veinticuatro horas en la isla de Creta y cuarenta y ocho en el Peloponeso. Yo solo, alquilando coches y pegándome monumentales palizas de conducción sin apenas horas de sueño. Me pudo el "vicio" del Arte, pero también mi trabajo: ¡qué bochorno haberme llevado veintitrés años impartiendo clases de secundaria sin haber visto en directo algunas de las obras más importantes de la historia! En fin, llegué a Creta después de haber no-dormido en el avión. Cogí el coche y me fui directo Cnosos, haciendo parada en una cafetería muy recomendada en las redes en la que probé mi primer café griego –muy distinto del nuestro– y el mejor bizcocho de limón que he tomado en mi vida.

A partir de ahí, lo cierto es que Creta me supuso una relativa decepción. Al menos, el Palacio de Cnosos: una cantidad de turistas tan masiva que llegaba a agobiar, mucha reconstrucción realizada por "Evans y sus muchachos", como decía el extraordinario profesor que tuve en primero de la carrera, y nada que no supiéramos todos los amantes del arte antiguo. Los frescos, por supuesto, son todos copias. Y encima aguantando "la calor" y en un entorno de tiendas típicas para turistas. In-so-por-ta-ble.


Más interesante la visita a los restos de Hagia Triada: allí no había nadie, quizá porque había que coger por auténticos caminos de cabras. Pasé miedo en la carretera.

 

 


El plato fuerte fue Festo, Festos, Faistos o como ustedes lo quieran llamar. Allí Evans no metió la mano. Se ven ruinas, claro, pero ¡qué ruinas! Ahí sí que aprendí mucho. Muchísimo: la rotulación es buena y, aunque era ya más de la una, me dediqué a ir leyendo las explicaciones completamente fascinado. Si alguien va a Creta en busca del mundo minoico, que no lo dude: ése es su destino.

 

 


Después de comer, la tentación era ir a una de esas playas maravillosas de Creta de las que tanto había oído hablar, o ver algunos de esos pueblos que dicen estar llenos de encanto. Pero de nuevo la cabra tira al monte: tenía que ver el Museo Arqueológico de la capital, Heraclión. Y allí me fui, cruzando otra vez la isla de sur a norte. Una tortura conducir por esa ciudad y encontrar aparcamiento.

 

El centro histórico me gustó poco, no muy distinto de cualquier lugar playero español, aunque con algún monumento muy bello. Ahora bien, el museo era para caerse de espaldas. Ahí estaba, todo juntito, ese arte minoico que amo desde que allá por 1987, en el mismo instituto en el que yo ahora imparto clases, nuestra profesora María Dolores Rodríguez Doblas nos transmitió la pasión por la cultura prehelénica.

 

No tengo palabras, aunque sí puedo destacar alguna sorpresa: el "Príncipe de los lirios" es un relieve. Decididamente, las obras de arte hay que verlas en directo.



Ya "reventao", cena melancólica junto al mar y a la cama. A la mañana siguiente me tenía que levantar muy temprano para regresar a Atenas. Y así lo hice. Quede esa historia para la siguiente entrada.

4 comentarios:

Tía Antonia dijo...

Qué ganas de volver a Grecia!!

Aunque desde Buenos Aires es un buen tironcito.

Con el tema de la mitología y el aula, como profe de Literatura y teatro, siempre lo he hecho acompañando la lectura de los textos con el cine. No solamente la adaptación de los mitos a la gran pantalla o los Jasones y Perseos magníficamente hechos por Harryhausen, sino también con pelis que mostrase las tragedias en historias contemporáneas.

Mireia P.B. dijo...

Cuando se venga por Barna deberá visitar el "Parque del Laberinto" lleno de dioses,usas y toda la parafernalia correspondiente.
Está al lado de mi barrio e iba a menudo con mi padre los domingos, asi mi madre descansaba...

Gustavo Fabián Monastra dijo...

Estimado Flavio: ante todo lo felicito por el viaje y que pueda disfrutar de ello.
Estoy muy de acuerdo en que las reconstrucciones arqueológicas suelen ser un espanto y, ni hablar, si repintan. Horrible. Prefiero la ruina desenterrada y limpiada (ya es tocar bastante), pero las reconstrucciones terminan pareciendo una atracción de feria para turistas más que preservación para la posteridad.
Un gran abrazo.

Gustavo F. Monastra dijo...

Disculpe, Fernando... ¡Le cambié el nombre!

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