domingo, 27 de noviembre de 2022

Pierre Monteux dirige Stravinsky y Franck

Estrenó Petrushka, La consagración de la Primavera –aquel monumental escándalo de 1913– y El ruiseñor de Stravinsky, Daphnis et Chloè de Ravel y Jeux de Debussy. Solo por eso, el maestro francés ya habría pasado a la historia. Nos dejó, además, testimonios fonográficos de todas estas partituras (¡para que luego vengan algunos a “revelarnos” recreaciones “históricamente informadas”, cuando tenemos las del señor que dirigió las correspondientes premières!), como también de muchísimas obras del repertorio pasado y presente. Otras cosas es que fueran buenas, porque Pierre Monteux era capaz de todo, de lo excelso y de lo mediocre. No siempre las orquestas estaban a la altura, pero cuando se ponía delante de una de primera, de allí podían salir maravillas.

Es el caso de su última Petrushka, registro con la Sinfónica de Boston –ya se sabe, la más francesa de las formaciones norteamericanas– en 1959 para RCA, una recreación mucho mejor trazada, ejecutada y clarificada –la danza de los cocheros sigue siendo algo pesante– que la realizada para Decca con la Orquesta del Conservatorio de París, en la que de nuevo destaca, sin renunciar a un colorido rico e incisivo, un particular olfato para generar atmósfera. En este sentido, el maestro parisino subraya los aspectos más “góticos” de la partitura –aparición del titiritero, habitaciones de Petrushka y el Moro, todo el final–, en una opción que no deja de alejarse de la pura objetividad para acercarse a los “sentimientos” de los personajes, de los que parece compadecerse antes que burlarse. Muy conseguido, asimismo, el sabor “canalla” de las melodías callejeras del primer cuadro.

Qué decir de la Sinfonía de César Franck con la Sinfónica de Chicago, ya de 1961. Con trazo flexible y elegante, pródigo en matices expresivos y siempre atento a la clarificación de planos, el ya muy anciano maestro –ochenta y seis tacos– ofrece una versión transparente y jubilosa, inquietante cuando es necesario, pero sin cargar las tintas ni perder de vista un sabor francés que sabe contagiar a las maderas de los chicagoers –metales algo broncos, a decir verdad–. Su creatividad puede parecer algo caprichosa, pero termina resultando reveladora. En el primer movimiento, dramático mas no particularmente denso, hay que destacar la “brumas” que preceden al gran clímax final. El segundo es muy bello, sin caer en lo ensimismado ni lo otoñal. En el Finale, siempre encendido, se alternan momentos en exceso apremiantes, incluso un poco escandalosos –la coda– con otros espléndidos, como –una vez más– las tinieblas antes de la última sección. La interpretación de Giulini con la Filarmónica de Berlín, mucho más germánica, sigue ahí, inalcanzable por cualquier otro maestro, pero esta de Monteux es imprescindible conocerla.

2 comentarios:

James London dijo...

Lamentablemente para las referencias a la Sinfonía de Franck hay que retrotraerse a los históricos
como Mengelberg (Telefunken) o Desormiere, estos si que captan el verdadero sentido musical franckista. Digo lamentablemente por su precario sonido luego ya se acercan con tomas de calidad
Munch, Bartolomee y Oterloo, pero no las superan. Personalmente todas las demás caen el mismo defecto, la germanización de la obra que para muchas batutas creen que es lo correcto y que le sienta bien, vale es una opción que no comparto.

Arturo Hernandez dijo...

Este disco lo tengo hace años, y no me canso de escucharlo. Para mí la versión más destacada de la Sinfonia de Franck

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