Se ha afirmado que fue el presunto gran triunfo de Gustavo Gimeno en las funciones de El ángel de fuego las que han determinado su nombramiento como futuro titular del Teatro Real, pero todos sabemos que estas cosas no funcionan así: primero se piensa en un candidato, luego se le pone a prueba para garantizar que la cosa entre él y los músicos funcionan como es debido, finalmente se hace público el nombramiento. Los críticos musicales metidos en el mundillo de las altas esferas ya saben de antemano lo que va a pasar, así que apuestan a caballo ganador. Todos contentos.
Pues bien, he podido ver la función de la ópera de Prokofiev correspondiente al 5 de abril del presente año. Lo he hecho a través de Arte TV: usted mismo lo puede hacer, de manera completamente gratuita y con subtítulos en castellano, haciendo click aquí. La calidad de sonido deja que desear, lo que puede influir en la percepción del trabajo del maestro valenciano. Nos obstante, ahí va mi opinión.
Creo que la dirección de Gimeno es mucho menos buena de lo que se ha dicho. Obviamente tiene que luchar frente a las limitaciones de una orquesta que es muy de segunda y que a la hora de ofrecer esa potencia, esa redondez y esa incisividad que necesita el Prokofiev más expresionista se queda corta. Ofrecer decibelios y limpieza al mismo tiempo es algo solo alcanzable por formaciones de primera. Tampoco parece familiarizada con el lenguaje de Prokofiev: las intervenciones de los primeros atriles carecen de ese particular fraseo, con su punto de retranca, que caracteriza la música de su autor.
Gimeno busca la claridad. La consigue solo a medias. Hay líneas que quedan meridianamente perfiladas y otras que permanecen atrás. A la tímbrica le falta riqueza. Por otro lado, acierta al no recrearse en las grandes explosiones sonoras para, en su lugar, atender a la vertiente más lírica de la partitura. Se aproxima en este sentido a la muy meritoria grabación de Neeme Järvi, al tiempo que se aparta de la de Gergiev, como también de la filmación de Vladimir Jurowski en Múnich correspondiente a una producción a la que pude asistir y que me dejó hondísima huella. La opción de Gimeno es perfectamente válida, pero se corre el riesgo de perder electricidad, violencia y algo tan fundamental como es el carácter obsesivo de la música, y eso es justo lo que le pasa al maestro. Cuando le toca encresparse hay volumen sonoro, pero sin llegar a los clímax con una adecuada planificación de las tensiones. La discontinuidad impera en un discurso en el que se alternan momentos francamente buenos con otros resueltos con aseada corrección, sin que falten los dirigidos con soberano despiste: flojísima la escena de Agripa, que a su vez coincide con el peor momento de la producción escénica. Estuvo muy bien el cuarto acto, mientras que en el quinto, que comenzó sin suficiente “erotismo sacro”, Gimeno demostró –ahí sí– una enorme habilidad para trazar el conjunto y condujo a la orquesta y al coro, espléndido en esta función, a un final espectacular.
Ausrine Stundyt se enfrentó con considerable éxito al terrorífico, extenuante rol de Renata. ¡Bravísimo por ella! Dicho esto, me gustó más aún Svetlana Sozdateleva en Múnich. Por el contrario, encuentro muy preferible a Leigh Melrose frente al basto Evgeny Nikitin de aquellas funciones. A destacar la labor de Agnieszka Rehlis en el doble papel de la vidente y la madre superiora, como también a Nino Surguladze como la posadera y a Dmitry Ulyanov como Fausto.
La producción de Calixto Bieito no me convence, aunque el punto de partida sea plausible. Al igual que la Lulu de Berg, Renata no es sino una víctima de todos los hombres que han ido pasando por su vida, que –empezando por su propio padre– la han utilizado como les ha dado la real gana. Alineada y marginada, terminará sufriendo en sus carnes el desprecio de la colectividad. ¿El problema? La partitura emana azufre de principio a fin, pero Bieito se pasa eso por el forro: él va a lo que van muchos directores de la actualidad, a montar su propio discurso sirviéndose del libreto sin atender a la música. En aquella producción de Múnich Barry Kosky también optaba por un punto de partida “cotidiano”, sin elementos sobrenaturales, concretamente las tormentosas relaciones de una pareja en la habitación de un hotel, pero poco a poco los delirios de la protagonista iban generando grotescas, delirantes y terroríficas imágenes de pesadilla que se correspondían con lo que la partitura demanda. Con Bieito todo es prosaico, vulgar, violento mas no inquietante, obvio sin espacio para la magia poética. Aún recuerdo cómo Barry Kosky nos erizaba el cabello en la escena de Agripa: aquí lo que se ve es a un señor practicando un aborto en un aséptico enroeno clínico. En la secuencia de Fausto y Mefistófeles las contradicciones con el libreto son tan grandes que el regista se ve obligado a cambiar quién le habla a quien intentando que la cosa funcione. No lo hace, las contradicciones saltan a la vista y tanto el texto como la música saltan por los aires. Más logrado el final, con un linchamiento de las féminas contra Renata que me recordó muchísimo a la Lady Macbeth de Shostakovich en la producción de Kusej. Por lo demás, hay en esta propuesta mucha sabiduría teatral y una dirección de actores para quitar el hipo: todos, absolutamente todos realizan una labor escénica sensacional.
¿Una buena función? Sí, pero lejos de lo redondo. En cuanto a Gimeno, de momento no veo motivos para lanzar las campanas al vuelo por su nombramiento. En lo sinfónico parece quedar claro que tiene muchísimo talento, pero en esta ópera dista de brillar. Seguiremos indagando.
PD. Voy a realizar un pequeño viaje a Rávena, así que desatenderé este blog por unos días.
1 comentario:
Lo de Ravenna no se lo perdono: Que envidia!
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